No tengo seguridad de que esta comunicación a usted le llegue. Pero de todas maneras necesito expresarme, pues sino me purgo, catarsis, probablemente voy a tener que soportar que el escenario que ahora observo aumente mis traumas cada día.
El número de sus compatriotas refugiados en este país y, principalmente en la capital, implorando la caridad humana, limosnas para sobrevivir en circunstancias humillantes e indignas, es un drama que crispa el alma provocando un estado de ánimo confuso y conflictivo, en todos los sentidos.
De usted nada plenamente sé: toda la información fanática recibida es la que divulgan aficionadamente y, por supuesto, alterada por intereses subjetivos, pero no ajustada a la realidad política -económicamente- de lo que en su país ocurre. Poco creo lo que los medios de comunicación informan, salvo lo contenido en los crucigramas. Suelo ser incrédulo, aprensivo, escéptico, pues únicamente me dejo vencer por la evidencia: hasta no ver no creer. Lo que aquí compruebo, directamente y sin ninguna manipulación de los intereses políticos que invaden el libreto histórico, es la tragedia de la cual soy testigo, de los episodios que en el tablado de este teatro presencio auténticos. Eso me lleva a dirigirme, utópicamente, a usted. Aludo a una representación que desgarra sentimientos del espectador inocente, una verdad verdadera que exige una cristiana y pacifica solución.
Tengo que ser breve, el espacio de la columna no permite extenderme. La realidad conduce a pensar que todo predicado, para justificar su insistencia en la silla del poder en ese pueblo, acudiendo al apoyo de otros Estados y pugnando con sus contrincantes, son sencillamente unas diatribas de parte y parte. La situación comprobada por los hechos comentados son argumento válido para predicar que si quiere confirmar su legitimidad en el mando que defiende, democracia, es propio convocar al soberano para que sea él, en justas elecciones, quien decida si le confiere el apoyo que se necesita para obrar con humanismo o si, lo propio es que abandone su curul. El ejemplo reciente de Sánchez, en España, es una lección encomiable. Deje que sus compatriotas decidan lo que a ellos más les convenga. Pero insistir en las condiciones que yo confirmo directamente, provocando el desplazamiento de sus gentes a implorar la caridad a sus vecinos, es una actitud que lo desacredita y se convierte en un argumento indiscutible para justificar la censura que le hacen.
Lo que le sugiero es que sea honesto con usted y con su pueblo y presente una solución que atenué el drama que ahora se vive. Eso lo exhibiera como un hombre recto. Obras son amores y no buenas razones. Mi maestro Sartre me enseño que: “Basta con que un hombre odie a otro para que el odio vaya corriendo hasta la humanidad entera”. Gánese el amor de su pueblo y así su inmortalidad. Le recomiendo que consulte a un psicoanalista y no al señor Diosdado Cabello…tan parecido a..¿?