RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 15 de Septiembre de 2013

¿Todo se puede vender?

 

Visitando un albergue de migrantes en Roma que funciona en un viejo convento eclesiástico ya sin uso monacal, el Papa Francisco llamó la atención sobre el destino de este tipo de bienes: deben estar al servicio de los pobres y no convertirse en hoteles para ganar dinero. Actualmente, cambiando de ángulo, escuchamos discusiones porque el Gobierno colombiano quiere vender una empresa estatal de energía, o sea, será privatizada y de ser prestadora de un servicio público se convertirá en fuente de riqueza para unos ricos que son los únicos que la podrían comprar. En el fondo el mismo asunto: bienes de uso común, construidos con el dinero de los fieles y de los ciudadanos, pueden tomar un sendero no correcto y es el de pasar a manos particulares, lo mismo que el dinero que por ellos se obtenga. Tema delicado.

Aunque todo parece ser vendible, no debería ser así. Al menos hay patrimonios que nunca deberían dejar de estar al servicio según la voluntad de quienes de una u otra manera aportaron a su consolidación. Decir al servicio quiere decir conservar su vocación original que es precisamente la de atender necesidades concretas de las personas. Y quienes aportaron para que los bienes o las instituciones existieran tienen el derecho a esperar que eso siempre sea así, aunque las formas y lugares concretos de realización puedan variar en vista de circunstancias históricas particulares. Pero la mayoría de bienes de la Iglesia, del Estado, de las cooperativas, de las fundaciones, de las asociaciones sin ánimo de lucro nunca deberían entrar a esa corriente que mueve los negocios pues esa no es su razón de ser y por lo tanto, aunque no deben dar pérdidas, tampoco los debe mover exclusivamente el ánimo de lucro. Esta es la razón del costo absurdo de los servicios públicos en Colombia, pues dejaron de serlo para convertirse en negocios.

En todas las instituciones al servicio de las comunidades hay que atajar a ese comerciante que siempre toma asiento en la junta directiva y que cree que el único bien respetable es el dinero. No entiende de ganancias humanas, espirituales, de calidad de vida ni nada que se le parezca. Mide su gestión en el hacer negocios. Para este, su lugar es otro, no queda bien en las instituciones de sentido social. Por lo demás, lo que es de todos, nadie lo puede ni lo debe negociar. No es suyo. Y los que representan a todos han de ser los más cuidadosos en sus decisiones para no creer que son dueños. En realidad, no todo es vendible.