Imagínese un país con estas elementales estadísticas: El tercer país con mayor ingreso per cápita de Latinoamérica y uno de los 25 más ricos del mundo, donde las oportunidades de hacer riqueza superan a naciones como Italia o España. Un país receptor de miles y miles de solicitudes de inmigración para trabajar, residir, estudiar o en su simple condición de turista. Un país con tres veces más líneas férreas por kilómetro cuadrado que Estados Unidos y con un salario medio superior al de Bélgica, Francia o Dinamarca.
Un país donde la comunidad proletaria percibe el 66% del producto nacional bruto por encima de Argentina y Brasil. Un país donde su gente cree tanto en él que solamente el 5% del capital invertido proviene de la potencia norteamericana. Un país donde más del 60% de los depósitos de sus ciudadanos son confiados a bancos nacionales y no extranjeros. En fin, un país donde sus habitantes son tan acomodados que consumen mucho más de los límites de calorías establecidos por la FAO y cuyo intelecto y salud es muy superior al promedio mundial. De hecho, la tasa de mortalidad es excepcionalmente baja allende a menos de 15 por cada 1.000 habitantes.
Imagínese ese país totalmente comunicado a través de todos los medios de comunicación tecnológica disponible, con absoluta y galopante libertad de prensa que develaban la gran cultura de sus gentes en cientos de publicaciones de todo tipo y raigambre.
Ese país era Cuba en 1958, justo antes de la dictadura de Castro y el Che.
Cabe recordar que Fidel Castro juró defender la Constitución cubana de 1940; juró que su revolución sería de transición y que no duraría más de dos años en el poder hasta reestablecer el gobierno democrático y legítimo y que su histriónica sublevación era esencialmente anti comunista. Casi toda la prensa internacional registró con complacencia tal situación.
Una vez afincado en el poder le compartía al mundo que todo eso era mentira, que su revolución abrazaba las tesis marxistas-leninistas y que cualquier cambio negativo era imputable a los yankees.
De ese país pre revolucionario ya no queda nada. Ni siquiera destacan sus sistemas educativos y de salud, tan obsoletos y desactualizados como sus propios líderes.
Esta es una prueba histórica adicional que demuestra la utilidad de las ideas políticas. La importancia de conocer la verdadera doctrina política de nuestros gobernantes. Votemos por conservadores, liberales o socialistas, pero ¿qué afán tenemos de saltar al vacío con candidatos que mezquinamente ocultan sus doctrinas con el propósito de ganar las elecciones?
*Miembro de la Corporación Pensamiento Siglo XXI.
@rpombocajiao