No es una casualidad que usted hable de un producto o servicio con su pareja y casi que al instante aparezcan publicidades que milagrosamente resolverían esa conversación informal. No es brujería. Es que los gigantes tecnológicos cada vez más están atentos para invadir privacidades y no parar de vender y vender publicidades.
Para 2018, Google y Facebook acaparaban cinco de cada diez dólares de la publicidad digital. Para 2020, la proporción aumentó a 6.5 dólares por cada diez. Se escribe fácil, pero es una friolera. Para darse una idea: una empresa que invierte en publicidad le entrega, en promedio, el 4% de su presupuesto de marketing a los gigantes de la tecnología. Y el resto del ecosistema digital (muy especialmente los medios) se tiene que repartir las migajas que quedan.
Tener casi el 70% de un mercado es rayar en el monopolio. Pero los gobiernos del mundo están dormidos con los temibles unicornios tecnológicos. El tema es que, cuando tienen casi todo un mercado, en este caso el de la publicidad digital, lo difícil no es llegar: lo complejo es mantenerse. Por esto, las redes sociales han tenido que afinar la puntería y ser mucho más invasivos con sus usuarios.
En este punto entran los famosos algoritmos. Los gigantes tecnológicos viven y mueren por los algoritmos. ¿Qué son? Digamos que son como la partitura de internet. Como el guion de la red. Los ingenieros de Facebook tienen una tarea: que los usuarios consuman la mayor cantidad de anuncios publicitarios posibles. ¿Qué hacen? Programan un algoritmo para que responda a esa tarea. Entonces, cuando el usuario habla de un producto o comete el error de buscar algo en el buscador, comienza el bombardeo.
Pasa con cualquier producto o servicio. Si busca un viaje, inmediatamente recibirá anuncios con planes turísticos. Si conversa con su pareja sobre los planes para el puente, milagrosamente, aparecen anuncios de cabañas de descanso. El nivel de abuso ha llegado a tal punto que, si se le rompen los guayos con los que juega con los amigos o amigas, le llegan ofertas para renovar su calzado deportivo.
Los defensores de las plataformas argumentan que estos anuncios personalizados e inmediatos facilitan la vida de los consumidores. El propio Facebook se ha cansado de explicar que ellos (todopoderosos) se convirtieron en el aliado comercial más importante de las empresas, sobre todo de las pymes.
El tema es que tenemos que quitarnos un paradigma de la cabeza: ¡las redes sociales no son gratuitas! El costo que pagamos por conectarnos con amigos y familiares o para ver videos viejos es que utilizan los datos personales para vender, vender y vender. Eso sí, hace rato se pasaron de la raya. Escuchan conversaciones sin consentimiento. Esculcan en navegaciones por la web sin ningún atisbo de vergüenza. Y se metieron hasta en nuestras cocinas.
Y es la hora que no existe una regulación para proteger nuestra privacidad de los gigantes tecnológicos. Lo peor es que pueden pasar 10 o 15 años más hasta que algún gobierno se atreva confrontar a los Google, Facebook, Disney, Amazon y demás angelitos invasivos.