Por cuenta de la inseguridad callejera se está generalizando una caída en el ánimo de ciudadanos.
Delincuencia parece tener sitiadas varias zonas del país.
Hurtos, atracos, robos y amenazas en calles, barrios, transporte urbano, semáforos, puentes peatonales, residencias y en carreteras, en su nivel más alto, y al parecer, podría ser peor.
Hay una fea sensación a miedo al salir de casa.
Trabajadores van a sus labores asustados por el acecho del hampa.
Conductores salen con temor por presencia de pandillas por doquier.
Quienes buscan un empleo digno deben convivir a diario con la posibilidad de malhechores rondando.
Al terminar la jornada de trabajo, oficinistas, obreros, trabajadores domésticos, jardineros y empresarios, vuelven a sus residencias con la ansiedad de que algo puede pasar en cualquier esquina.
Al terminar clases en universidades los estudiantes se ven expuestos en pueblos y ciudades al raponazo, el atraco o la agresión de unas bien montadas pandillas de delincuentes callejeros.
Los bandidos pueden atracar y robar con largas de la justicia siempre y cuando no amenacen a sus víctimas. ¡Increíble!
Un delincuente armado hasta los dientes puede interceptar a un ciudadano a pie o en su vehículo y robarle. Basta con que no amenace o lesione a la asustada víctima para que un juez determine su libertad.
El país está en modo robar. Está de moda asaltar en las calles.
Es un momento difícil para la seguridad ciudadana.
Tiempo crítico para alcaldes, gobernadores y Policía nacional.
Asaltantes, ladrones y agresores andan envalentonados.
La reflexión es que al presidente Duque y a las autoridades locales les tocó actuar firme y sin tregua.
Saben el Ejecutivo y la Policía que se alborotó el avispero callejero y que es urgente proteger al ciudadano de bien.
También conocen el Gobierno y las autoridades que la inseguridad le hace mella al país.
La confianza de consumidores está bien abajo.
La incertidumbre en los hogares es tendencia.
Empresarios y comerciantes ya empezaron a expresar sus temores por una merma en ventas y pedidos.
Es natural, una sociedad asustada no sale de compras.
Al comercio organizado y a vendedores informales no les va bien por culpa de la inseguridad.
Hurto, cosquilleo, manoseo, ‘fleteo’, extorsiones, amenazas, chantajes, llamadas millonarias, robo de identidad y delitos cibernéticos, a la orden del día.
Y ello pasa factura a la economía. Una percepción de inseguridad, desanimo y estrés, influyen en la toma de decisiones.
Muchos ciudadanos están de psiquiatra. Depresión, fobias, pánico, ameritan terapia.
Seguramente el éxodo masivo de venezolanos a Colombia, no menos de 500 mil indocumentados, atiza la crisis.
Demasiados venezolanos están regados por todo el país, en muchos lugares pidiendo en las esquinas una moneda.
Además, coincide con el mal clima social los dos nubarrones que deberá despejar el Gobierno: desempleo y pobreza.
Si economía es incapaz de absorber la actual demanda de empleo y si la pobreza extrema sigue ahí, el flagelo de inseguridad es una consecuencia que complica las cosas.