“20 personas se ven forzadas a desplazarse cada minuto”
ESTE año nos acercaremos a cifra desgarradora de 70 millones de refugiados en el mundo.
Esta población global desbordó 65 millones de personas. Venezuela la subió a 66 millones.
Se les niega nacionalidad, acceso a educación, sanidad, empleo y libertad de circulación.
En el mundo 20 personas se ven forzadas a desplazarse cada minuto. Siria, con 56,3 millones de desplazados y 4 millones de refugiados, lidera las cifras.
Turquía, Palestina, Sudan del Sur, crecen en esta crisis humanitaria.
Ineludible que organismos como Naciones Unidas lideren acciones políticas audaces que garanticen el reconocimiento de esta travesía humana.
La ONU podría liderar con ayuda de organismos multilaterales algún tipo de financiación para reconocimiento de refugiados.
Organismos financieros internacionales no tienen en sus postulados este tipo de apoyo. Pero es necesario romper esquemas y dar un revolcón institucional para tender lazos en bien de los migrantes.
A instancias de Naciones Unidas y entidades de cooperación podría recaudarse fondos que permitan construir barrios, zonas de vivienda permanentes para quienes ya están en la eurozona, Canadá, Estados Unidos y también en América Latina.
La FAO -Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura- sería útil en suministro de alimentos. Su misión es erradicar el hambre.
Otro tanto puede y debe hacer Unicef. Su parte es con niños y madres.
Parlamentos del bloque europeo, incluyendo Inglaterra, harían bien en promover asistencia humanitaria.
Indispensable acudir al sentido común y ayudarle a esas gentes que huyen por torturas, violencia política, bombardeos, peleas raciales y odios culturales.
Refugiados llegan a Europa atravesando aguas del mediterráneo por culpa de dictadores, abusos sexuales, guerras, divisiones políticas, sectarismos, hambre, persecución y miedo a la muerte.
Son personas que o mueren en el océano o caen en manos de tratas de personas o traficantes del miedo y la desesperación.
Niños sirios cada día mueren en ese intento. Son cientos cada mes.
Hombres y mujeres curtidos de dolor, sed, hambre y desesperanza logran un albergue en Alemania, por ejemplo, donde hay movimientos contra su permanencia.
Empresas, banqueros, grupos económicos, quienes dominan materias primas, podrían destinar pequeña cuota de ingresos anuales a la salvación de niños, ancianos, viudas y jóvenes capaces de ser emprendedores si les prestan atención.
El futuro va a depender en parte de la suerte de 66 millones de almas perdidas en refugios.
El porvenir mundial va ligado a la suerte de nuestros migrantes y refugiados.
Seremos mejor sociedad, justa, incluyente y con valores de solidaridad, si nos la jugamos por salvación de quienes hoy sufren una terrible pesadilla.
Economías van a crecer con mayor acento social, redistribución y profundización cultural, si somos capaces de mirar más allá de lo nuestro.
Si refugiados son admitidos con dignidad nos va a costar caro, pero eso es menos costoso que seguir desafiando el caos humanitario.
Guerras y dictadores entenderán entonces que el peor negocio es no invertir en sus gentes.
Un refugiado es un hijo lanzado de su hogar, y alguien deberá acogerlo.