La belleza de las manos | El Nuevo Siglo
Sábado, 29 de Enero de 2022

Gracias a Dios se ha venido introduciendo en la liturgia católica en Colombia el uso de recibir la sagrada comunión en las manos. Para mí ha sido todo un descubrimiento este gesto de ver extendidas las manos para recibir la hostia y me resulta mucho más amable y diciente que la lengua afuera, de uso tradicional.

Las manos extendidas, abiertas, son todo un lenguaje lleno de variados contenidos. Expresan, en primer lugar, necesidad. Lo sabemos. Cuando alguien extiende sus manos abiertas suele estar diciendo que necesita algo y quiere recibirlo. Pero, también, de algún modo, esas manos abiertas son un gesto de confianza en el sentido de que se recibirá lo que se está buscando y no otra cosa. ¿Quién de ustedes, pregunta Jesús en el Evangelio, si su hijo le pide pan le dará una piedra?

Pero las manos abiertas, que se muestran a quien ofrece algo importante, son también como una carta de presentación de cada persona, en este caso, de cada comulgante. Y me gusta pensar que, al recibir la eucaristía, están entrando en relación viva y sentida el amor infinito de Dios manifestado en la persona sacramental de su Hijo y esa historia personal que ha dejado huellas indelebles en las manos de quien comulga. Cada comunión entregada es como si Jesús entrara de nuevo en la casa de Marta y María y encontrara en cada par de manos historias bellas, esperanzadas, alegres, esforzadas, tristes, inciertas, luchadoras. Y al recibir esas manos a Jesús sacramentado, Él toca la vida de cada persona como es y las manos, la persona misma, puede percibir la suavidad del don divino.

Para los ministros sagrados, en general, no todos, también ha resultado en Colombia, porque en otras latitudes el uso de recibir la comunión en la mano es de vieja data, una experiencia interesante. Como las veces en que Jesús a través de los apóstoles dio pan a la multitud. Estos recorrían los lugares de reunión y ponían un trozo de pan en manos de niños, jóvenes, adultos y seguramente también entregaban pan para llevarlo a quienes no podían estar allí, especialmente ancianos y enfermos. Y estoy seguro de que algunos guardaron algo para darlo a los pobres que estaban a las afueras de los lugares de encuentro. Y todo en y con las manos. Y, sin duda, en la última cena, que viene siendo la primera eucaristía, el pan pasó de las manos de Jesús -las que habían curado, bendecido, consentido- a las de sus apóstoles, incluyendo las de Judas, porque también a él, representado en sus manos, más bien largas, quería redimir.

¡Qué mejor circunstancia que esta difícil pandemia para descubrir en las manos el gesto que hoy más identifica a la humanidad entera y que no es otro que el de expresar la necesidad de recibir de Dios toda clase de bendiciones y el alimento espiritual! Y, ¿qué hacemos con la lengua, preguntará algún alma devota? Alabemos … alzando las manos.