La otra guerra sucia
La guerra sucia electoral no parece ser asunto sólo de hackers. Va mucho más allá. Me mandan de Antioquia, por ejemplo, copia de panfletos con los cuales parece estar inundado el departamento, haciéndole creer a la gente ingenua que Santos ya repartió su próximo gabinete entre miembros de la guerrilla.
Las declaraciones del expresidente Uribe ante la Procuraduría también dejan mucho qué pensar. Ahora sale con el cuento de que contra el presidente Santos no tiene ninguna acusación de que él personalmente hubiera recibido plata del narcotráfico (inicialmente dejó entrever lo contrario), pero que de su campaña sí dizque ha recibido informaciones muy comprometedoras de que habría recibido dineros sucios para saldar deudas de la campaña anterior.
Y que por lo tanto entrega esas informaciones ante la Procuraduría para que ésta las maneje con la debida “cadena de custodia”. Es decir, deja flotando hábilmente un manto de duda -a pocos días de las elecciones- para enlodar de todas maneras al candidato-Presidente, como si fuera dable distinguir entre un candidato y su campaña.
Se sigue repitiendo hasta el cansancio por la campaña de Zuluaga y sus aliados, sin pruebas, claro -pero de todo esto algo va calando entre la opinión pública- que en La Habana se han negociado cosas secretas, asuntos inconfesables, que se han hecho negociaciones bajo la mesa, que hay un doble discurso del Gobierno: el público y el privado, que se ha convenido reducir el Ejército, entregarle posiciones de mando a los guerrilleros, quitarle prestaciones sociales a los miembros de la fuerza pública, que se van a acabar las garantías jurídicas y la propiedad privada de la tierra en Colombia. Y vaya usted a saber qué otros disparates.
Y así, con desparpajo y sin sonrojo alguno, se repite cuanta mentira se les ocurre a quienes quieren es hacer volar en mil pedazos las conversaciones de paz para que caigamos en el escenario de una guerra sin fin. Que es lo que en el fondo desean. Callan, por supuesto, el hecho incontrovertible pero fehaciente de que todo -absolutamente todo lo que se ha negociado hasta el momento- que son los puntos 1, 2 y 3 de la agenda, está por escrito y publicado. Y que puede ser consultado por quien lo quiera en las páginas web.
Es decir, se dice deliberadamente lo que se sabe inexacto, o sea, que hay acuerdos secretos cuando exactamente es todo lo contrario. Una cosa es que las negociaciones propiamente dichas se procure manejarlas con la debida discreción, y otra, bien distinta, es que lo que se vaya acordando se mantenga en secreto. Se ha hecho lo primero, pero no lo segundo.
Absolutamente todo lo que ya está convenido se ha divulgado profusamente en comunicados conjuntos suscritos por el equipo negociador del Gobierno y por las Farc; y está disponible a la luz del sol para quien con honestidad intelectual quiera consultarlo. Pero de todas maneras se sigue diciendo o insinuando sinuosamente lo contrario. Esa es otra modalidad de guerra sucia electoral.
La guerra sucia -en cualquier frente- nace cuando se recurre a la mendacidad. Cuando deliberadamente se afirma como cierto lo que se sabe inexacto. O cuando se recurre a las verdades a medias o sinuosas como instrumento de lucha política. En síntesis, cuando se actúa con deshonestidad intelectual. Y ésa ha sido la impronta de esta campaña. Desafortunadamente.