JUAN ÁLVARO CASTELLANOS | El Nuevo Siglo
Jueves, 17 de Abril de 2014

Las ‘ollas’

 

Hay  que insistir en que lo malo destruido por ser foco de crimen se convierta en sitio de beneficio para la sociedad. El país asiste en las dos últimas semanas, a la demolición de casi 4 centenares de lugares dedicados al comercio y consumo de droga, en varias capitales de Departamento y municipios, golpeados por el creciente microtráfico. 

La iniciativa gubernamental llegó tarde, pero llegó. La demolición sienta precedente de autoridad en cada lugar y de control efectivo para proteger a la ciudadanía de extensas zonas que fueron en su mayoría residenciales, y,  posteriormente se convirtieron en depósitos de comercio e industria, o quedaron en ruinas, tras abandonarlas sus propietarios, unas vez ocupadas por bandas de vicio e inmigrantes y desplazados, enlazados por el tráfico de drogas, armas y toda clase de objetos producto de robo.

De  93 lugares encontrados en Bogotá, por las autoridades, o conocidos pero nunca intervenidos con destrucción, hay que señalar que algunos están en localidades densamente pobladas como Kennedy y Suba,  habitados por familias de trabajadores en labores reconocidas y desempeñadas en empresas privadas de la capital.

La  demolición también se produce en áreas céntricas que, aunque son zonas negras como San Victorino y Los Mártires, entre otras, no pueden quedar en abandono, como sucede con las demoliciones de la Calle 26 con Avenida Caracas, a dos cuadras de edificios que ocupan importantes empresas e instituciones de Gobierno, como el Ministerio de Comercio, Proexport, el Centro de Convenciones y Torre Colpatria,  visitados por alto número de extranjeros. Esos terrenos, al igual que bajo los puentes de la 26, albergan buen número de indigentes, entre desechos de construcción y basuras. Es un cuadro deplorable con hombres en el piso, junto a paredes rayadas, y ahora consideradas como grafitis, que no lo son, y por el contrario, no se descarta que las bandas de micro-tráfico de droga, sean quienes se dejan mensajes en clave en las paredes, como hicieron en otras épocas secuestradores y guerrilla urbana.

De manera independiente del futuro de Bogotá, corresponde al Gobierno encargado, a Cámara de Comercio, como entidad cívica y  empresas privadas, acordar estrategias de limpieza de rayones en colorines, que nada tienen que ver con arte urbano. 

La ciudadanía, acogería que esos lotes de viviendas destruidas, sirvieran para revivir  puestos de Salud, que en décadas pasadas, funcionaban a cargo del Distrito Capital y la Cruz Roja, y en otros, construir  albergues temporales para desplazados.  La tarea social y humanitaria no espera. De las ollas, hay que pasar al espejo de cultura ciudadana.