CERTIDUMBRES E INQUIETUDES
24 de diciembre
Ha llegado por fin el 24 de diciembre. Para muchos -entre ellos quien esto escribe- es, desde la niñez, la fecha más importante del año, no por los regalos, ni por la fiesta, ni por las tradiciones, ni por la comida especial de la época -todo lo cual, por supuesto, está muy bien, sin ser lo principal-. Lo central, en mi personal criterio, reside en el hecho de conmemorar el milagro más grande en la Historia de la humanidad: nada menos que, como lo creemos los católicos y los cristianos en general, la llegada de Dios a la Tierra como un ser humano, con sus debilidades, con sus limitaciones, con sus carencias. Más aún: en medio de la pobreza más absoluta, en un pesebre, expuesto al frío, sin la mínima atención especializada, rodeado apenas por sus padres y por humildes pastores.
El nacimiento de Jesús es la estampa más bella y simbólica que se pueda concebir. Con razón ha sido motivo de tantas obras de arte, y ha emocionado profundamente a tantas generaciones.
Ahora bien, son muchos los que, aun siendo creyentes -y desde luego los no creyentes-, opinan que cuanto nos enseñaron en la infancia sobre lo acontecido entonces no es más que una fantasía; una invención a la que se han ido agregando elementos a lo largo de los siglos transcurridos. Que no hay prueba de nada -ni de la estrella, ni del pesebre, ni de los pastores, ni de los reyes magos-, y hace dos años, en uno de sus libros, el Papa Benedicto XVI nos hizo dudar de la existencia histórica de la mula y el buey que, según la tradición, acompañaron al Niño Dios aquel 24 de diciembre.
Se ha puesto en duda también la fecha misma, y hasta el año, a cuyo respecto ya hemos escuchado y leído más de una teoría. Año que, de todas maneras y con todas las tesis novedosas que se propaguen, ha marcado y sigue marcando el inicio de nuestra era, y en el cual se funda el calendario que seguimos aplicando. Entre otras cosas, no quiero pensar lo que sucedería si, por atención a tales nuevas teorías, cambiáramos el calendario y concluyéramos que este no es el año 2014 (d. de C.) sino otro.
Y, claro está, verdaderos o no, siempre seguiré creyendo en ese gran acontecimiento y en esa hermosa estampa. De los cuales no deberíamos privar a los niños del futuro.