José Gregorio Hernández Galindo | El Nuevo Siglo
Miércoles, 19 de Noviembre de 2014

CERTIDUMBRES E INQUIETUDES

¿Otro desengaño?

Esta columna la escribo en la mañana del lunes festivo. Los colombianos hemos comenzado el día con la pésima noticia sobre suspensión de los diálogos de paz con la guerrilla de las Farc, que desde hace dos años se adelantan en La Habana (Cuba).

La decisión la ha tomado el presidente Juan Manuel Santos el domingo en la noche, tras conocer el secuestro -atribuido a esa organización subversiva-  del General Rubén Darío Alzate Mora, comandante de la Fuerza de Tarea Conjunta “Titán” del Ejército, y de quienes lo acompañaban -un cabo y una abogada-, en el corregimiento Las Mercedes, cerca de Quibdó.

Días antes las mismas Farc habían secuestrado a dos soldados, rompiendo el compromiso que habían contraído con el país  en el sentido de abandonar esa criminal práctica, y el Presidente de la República había prometido adelantar los trámites para su liberación. Ésta no se produjo, y en cambio se incurrió en este nuevo plagio, que desbordó la copa de la paciencia gubernamental.

Quiero ser optimista -¿o iluso?-, al esperar que todas esas personas secuestradas sean puestas en libertad por sus captores y que, en consecuencia, se reanuden los diálogos en busca de la terminación del conflicto armado. Desde el principio, siendo amigos del proceso de paz, hemos dicho que a las Farc les ha debido exigir el Gobierno, como condición necesaria para continuarlo, la liberación de los muchos colombianos que mantiene desde hace años privados injustamente de su libertad, en ejecución de un delito abominable, y devolver a sus hogares a los menores reclutados.

Infortunadamente, ya llevamos dos años desde la instalación de la mesa de negociaciones, primero en Oslo (Noruega) y después en La Habana, y aunque el Ejecutivo sostiene que se ha avanzado mucho, se han conocido comunicaciones del Comandante General de la organización guerrillera, Timochenko, en las cuales no ha demostrado propiamente su voluntad de paz, y más bien se lo ha sentido bastante lejano del optimismo oficial.

Pero, más allá de tales escritos, lo cierto es que los actos de la guerrilla -ataques a la Policía, a la población civil, a la infraestructura energética, y ahora el regreso a los secuestros- parecen dar la razón al recelo y a la desconfianza que ha caracterizado la posición crítica del uribismo, y lo peor es que el pueblo en general se ha venido desengañando, e inclusive los más entusiastas amigos del proceso estamos comenzando a hacerlo.