Gloria Arias Nieto | El Nuevo Siglo
Viernes, 10 de Abril de 2015

El lugar de los abrazos

 

La medicina es el arte más lindo del mundo, pero se me nublan la piel y  la ilusión, cada vez que la ciencia fracasa. Cada vez que alguien intenta con todos los conocimientos y devoción salvar una vida, y -una noche imborrable- la muerte se cuela por debajo de la puerta, y apaga la luz.

El golpe se viste de dolor, y el dolor se viste de ausencia; y entonces comprendemos que ese diálogo que iniciamos con los lenguajes de la razón y el corazón, quedó para siempre entre puntos suspensivos, durmiendo nostalgias.

El  31 de marzo, Carlos Gaviria entró en paz, con su equipaje de talento, sabiduría y bondad, al lugar  ‘donde todo es silencio’.

Su muerte dejó en una inexorable tristeza a sus bien amados. Y además, Colombia quedó huérfana de conciencia jurídica; de una brújula con imanes insobornables, que  señalen el rumbo hacia una política decente; hacia una verdadera democracia, sin populismos ni demagogias. Colombia quedó huérfana en la compleja labor de consolidar una ética pública, un sistema que garantice igualdad de oportunidades y derechos, y la comprensión e inclusión de minorías y mayorías, en la construcción de un país viable.

El luto por  la muerte del Maestro, no es un tema de creencias religiosas ni partidos políticos, y no sería correcto que alguien pretendiera capitalizar su nombre.

El luto por la muerte del Maestro deja a media asta esa bandera de Colombia que cada quien lleva en su interior. Él era el patrimonio más lúcido y recto de los colombianos, y una de las pocas personas capaces de rescatarnos de  los socavones de corrupción y desidia que están minando la conciencia de nuestra sociedad.

Por mi parte, su ausencia no me cabrá nunca en el sentimiento, y por ahora, ni siquiera me cabe en el raciocinio.

Mi geotristeza personal, va desde el recuerdo de su expresión de antojo y emoción ante una canasta de panes recién horneados, hasta la falta que me hará esa inteligencia suya, sabia, cercana y generosa, en la que yo podía irrestrictamente, confiar.

¿A quién voy a llamar cada vez que tenga un dilema ético/jurídico, de esos terribles, de los que solo él podía salvarme? ¿A quién pedirle que me ayude a corregir el próximo manuscrito de un libro, o de una decisión que implique los confines de la vida?

Nunca más volverá a sonar en mi celular el ring-tone que sólo él tenía. Nunca más saldré corriendo a la portería un domingo a las 8.30 para ir a desayunar. Nunca más sus lecciones sobre Balzac, Platón y Gardel. Nunca más.

Me pregunto si algún día nos reencontraremos. Necesito creer que sí, y pienso que podría ser en El Lugar de los Abrazos: Una aldea, un bosque o una estrella; un puente entre el Cielo y el Silencio, a donde llegan los amigos cuando a pesar de todo y de todos, el arte más lindo del mundo -tan lleno de abismos y plegarias, de conocimiento y desilusiones- pierde la partida.

ariasgloria@hotmail.com