FUAD GONZALO CHACÓN | El Nuevo Siglo
Martes, 1 de Abril de 2014

El infierno seco

 

Al oriente de Colombia, allí a tan escasos kilómetros de la capital pero a años luz del progreso, se levanta el Departamento de Casanare, un gigante dormido que forma parte del desdichado grupo de departamentos a la derecha del mapa con nombres sonoramente indígenas que parecieran no importarle a nadie. Paradójicamente, aunque es la décima entidad territorial de mayor extensión, superado únicamente por el anonimato similar de otros vecinos salvo Antioquia, Casanare sólo cuenta con aproximadamente 350.000 habitantes, es decir, más o menos la población total de Pasto. Palabras más, palabras menos, estamos ante un paraje fantasma donde solo encontraríamos 7 casanareños por cada kilómetro cuadrado que camináramos, o sea una tierra de nadie sin dolientes.

Y ese es justo el problema que afronta hoy esa zona olvidada de la mano del Estado. Casanare se ha convertido en la caja de Pandora de un sinnúmero de problemas que le azotan todos los días, pero desgraciadamente los apenas 335 km. que separan a Yopal del Palacio de Nariño parecen constituir una barrera infranqueable entre la ayuda del Gobierno y todos sus habitantes. Día a día, este departamento avanza con habilidades de tramoyero por la delgada cuerda que se bate como un péndulo sincrónico que va y viene de la supervivencia a la declaratoria de experimento fallido. Sin nadie que lo llore, Casanare se hunde poco a poco hasta el fondo en el abismo de sus propias desgracias.

Dos años cumple el Departamento sin suministro constante de agua, una falencia imperdonable en pleno siglo XXI para cualquier país medianamente decente. Un tinglado de contratos defectuosos por los que se echan culpas compartidas la alcaldía de Yopal y el acueducto, junto con varias infructuosas excavaciones de pozos que no llevan a ningún lado y sólo constituyen detrimentos patrimoniales son los componentes mortales dentro de este coctel de negligencia. Y como si esto no fuera suficiente, las pocas gotas con sedimentos de dudosa procedencia que sus habitantes deben perseguir todas las mañanas se están evaporando producto de uno de los veranos más agresivos registrados.

Hoy por hoy son más de 20.000 los animales muertos que adornan con su pútrida pestilencia las carreteras venidas a menos de este Departamento y las autoridades parecen desconcertadas y ocupadas imputándole su afán al calentamiento global. Casanare se convierte en el infierno seco al que las multinacionales solo le coquetean para drenar sus yacimientos petroleros y deforestar a gran escala en el trillado nombre de la agricultura. Todo esto mientras nuestra cada vez más bogotanizada dirigencia nacional sólo mira hacia el interior y se le olvida que más allá de Monserrate hay un país que agoniza por sectores. Casanare no pone presidentes ni pesa mucho electoralmente hablando, pero también exige un poco de atención y dada la situación límite a la que está llegando bien le vendría al ejecutivo mostrar siquiera un poco de falsa preocupación.

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Obiter Dictum. La Sra. Piraquive ha solicitado a este diario una corrección de mi columna “Pastores Impostores” porque según ella sostuve que sus palabras sobre los discapacitados eran discriminatorias. Con todo respeto, no entiendo cómo concluyó esto si es que la palabra “discriminación” ni sus derivados aparecen en el texto.

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