El nuevo mandato de Santos
En sencilla pero elegante ceremonia, el reelegido presidente Juan Manuel Santos, tomo posesión de su segundo mandato. Acompañado de más de ciento diez delegaciones extranjeras, en las que se contaban once jefes de Estado y de más de mil invitados especiales. Fue un acto diseñado al milímetro y que evidencia el buen gusto santista por las buenas maneras democrática. Quizá el único lunar de la ceremonia corrió por cuenta del uribismo al retirarse del evento, dejando un agridulce sabor a oposición cerril. Pero, en general, fue buen inicio de ese cuatrienio en el que el país ha puesto grandes esperanzas.
El presidente del Congreso, José David Name, en su alocución, recordó con tino a esas dos grandes figuras de nuestra política, Laureano Gómez y Alberto Lleras Camargo, cuando el primero dio posesión al segundo en l958, dando comienzo a la era del Frente Nacional y a una época de concordia y colaboración políticas, llamando la atención, en paralelo, sobre el futuro de lo que podría significar para nuestro país la firma de la paz con las Farc y, lo más importante, comprometió el quehacer del Congreso en apoyo a las grandes reformas que, según él, debe hacer Santos en los campos de la salud, la educación y la justicia.
Al presidente Santos se le notaba pletórico de satisfacción y proyectando una imagen segura y optimista sobre lo que le espera en esta su segunda administración. Irrevocablemente comprometido con su proceso de paz le recordó al país que esa era una tarea y un compromiso de todos y no solo del Gobierno y se permitió advertirles, una vez más, a las Farc, que su paciencia no tolerará mas desmanes contra la población civil y la infraestructura nacional. Prometió gobernar en afanosa búsqueda de la equidad y la inclusión sociales, pero sobre todo se comprometió a hacer de Colombia el país más educado de Latinoamérica cuando finalice la próxima década.
Fue pues una invitación a la esperanza y al optimismo. Y eso está bien porque el país no puede seguir por el camino de la confrontación. Cada día está más claro que las grandes mayorías políticas están con el reelecto mandatario. El papel de nuestro querido y despistado Partido Conservador no está tan claro. Todos nuestros parlamentarios buscan no quedarse sin la tan mentada y omnipresente mermelada, pero haría más dedicados e a estructurar programas de acción que lo sitúen en el epicentro de los acontecimientos y no en la periferia como lamentablemente se encuentra ahora. El liberalismo gana en protagonismo y en unidad en torno de la administración.
Lo que se necesita ahora es darse cuenta de que urge hacer las reformas en serio y con prontitud. La más importante es la de la educación porque, como dijo el propio Santos, debemos enamorarnos del conocimiento. Aquí, repetiremos hasta el cansancio, debemos acudir a la aplicación y al uso intensivo y extensivo de las nuevas tecnologías y una formación destinada al empleo. No entendemos por qué el Gobierno se ha demorado en convertir en procesos digitales las metas del Plan Cuatrienal de Desarrollo. Convirtiendo a las TIC en bienes públicos imitaremos a los países del sudeste asiático y aceleraremos nuestro propio crecimiento socioeconómico. Otro tanto hay que hacer y pronto con la justicia para hacerla eficaz y más oportuna y, desde luego, descentralizar más al Gobierno central para lograr mayor productividad regional.
Para ello el gabinete debe ser lo más idóneo y competente posible. No caben compromisos ni compadrazgos políticos. Santos no puede darse el lujo de desaprovechar esta su segunda oportunidad que le dan el país y la historia. Tiene el talante, la preparación y la visión para lograr sus objetivos. Puede y debe estar seguro de que no necesita preocuparse por las pataletas uribistas. Por eso debe dedicarse a gobernar y olvidarse de revanchismo alguno, que lo único que hará es distraerlo de su tarea principal, la paz.