Empatía y esperanza | El Nuevo Siglo
Lunes, 18 de Diciembre de 2023

Navidad en el mundo católico es época de regocijo y de encuentro. Según las tradiciones nacionales, regionales o familiares, su celebración reviste muchas expresiones, con sus matices y formas: la oración de la novena de aguinaldos, el pesebre, la nochebuena, la llegada de los reyes magos, el árbol, el papá Noel, las luces, los regalos, los viajes o la cena.

Algunos la disfrutan y se contagian de su espíritu, mientras no pocos huyen de sus ritos o prefieren estas solos. En cualquier caso, son momentos propicios para la empatía y  la esperanza; conceptos que parecieran de manifestación espontánea, pero que en realidad no lo son, y  requieren aprendizaje y renovación permanente. 

En el primer caso, ese “sentimiento de identificación con algo o alguien” o “facultad intuitiva de ponerse en la plaza de los otros, de percibir lo que ellos sienten”, pareciera requerir últimamente de refuerzos para prosperar y mantenerse. Baste recordar, a título de ejemplo, que se ha hecho necesario implementar en el nuevo año escolar en Francia en mil escuelas, a título experimental por el momento, cursos de empatía inspirados en ejercicios similares implementados en Dinamarca para luchar contra el acoso escolar, y concebidos como espacios en los se aprende a respetar las diferencias del otro y se fomenta una cultura de calma y sosiego frente a los conflictos. Fórmula que debería interesarnos en medio del historial de confrontación y de la polarización que se vive en Colombia y en buena parte de los países de nuestra región.

En la misma lógica resulta necesario apoyarse en la esperanza, ese “estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea”, y que pareciera doblegada es estos tiempos por su contrario, así como por el desespero y la desconfianza, particularmente en el caso de los jóvenes para quienes la ilusión, el optimismo, la fe, las expectativas y perspectivas, parecieran simples entradas del diccionario que siguen sin entender y verificar.  Nos corresponde por tanto a los mayores aferrarnos a la esperanza, dar testimonio de ella, propagarla y hacerla atractiva para que ellos se sumen a la tarea de realizarla.

Sea entonces esta Navidad oportunidad para dar muestras de empatía con nuestros seres queridos y las familias ampliadas, pero sobre todo con aquellos que percibimos distantes, contrarios, diferentes, para rescatar el sentido solidario que nos hace ver en el rostro de los demás nuestras propias angustias y alegrías.  Sean estas fiestas también escenario para revitalizarnos, para llenarnos de razones de creer y mantener no solo a flote la barca, sino encaminarla al destino que queramos.

Es a ese tipo de Navidad y al banquete de sueños e ilusiones que debe acompañarla, al que quisiera invitar por estos días a los generosos lectores de esta columna.

@wzcsg