SIN invocar experiencia para comentar la situación o merequetengue, (expresión que parece que fue una de las preferidas de López Michelsen para explicar, mejor dicho para no explicar lo inexplicable o situaciones de inestabilidad) bien vale la pena pensar en las situaciones tan confusas como las que se están viviendo entre nosotros. No hemos podido sustraernos a tener que hablar desde un punto de vista, que tratamos de que sea objetivo, sobre la inestabilidad política, en vísperas de un acontecimiento que es la esencia de la democracia. Nuestros dirigentes políticos se han contagiado de un mal que los conduce a desconocer los partidos políticos que han sido los pilares de nuestra nacionalidad. Dicen por ahí y se oye con gran tranquilidad una tesis que es absolutamente deleznable, que los partidos políticos han desaparecido en Colombia. Con la complacencia o digámoslos en otra forma, con la complicidad de quienes han querido abrogarse la responsabilidad de dirigir, esta tesis está tomando síntomas de veracidad, para mal de la nación. Se está apoderando con gran ligereza de la mente de muchos colombianos. Lo que ha desparecido es la capacidad de dirección. En otras palabras los llamados dirigentes de los partidos quieren encubrir su propia ineptitud e incapacidad achacando la situación a los partidos.
La dirigente política Marta Lucía Ramírez en su carta de despedida del partido conservador, reconoce las bondades y valor del mismo, reafirma sus valores y su razón de ser así como su participación eficaz en la formación y creación de la nacionalidad; a pesar de eso se retira en forma semejante a como tal vez lo hizo cuando se alejó del partido liberal y fue acogida con afecto y consideración en nuestras filas. Es una unidad valiosa de Colombia que no ha rodado con suerte, a pesar de su aceptable votación en la última confrontación electoral que ahora reclama como activo importante para abonar a sus aspiraciones políticas en las próximas elecciones. Vargas Lleras ha desistido de su partido liberal de origen y ni siquiera se adhiere a aquel que formó y resuelve más bien preguntar a sus conciudadanos si quieren que sea candidato o no en el próximo debate electoral. Apela al modelo legal de firmas que es lo que han puesto de moda varios dirigentes aspirantes a ser favorecidos por la voluntad popular, en cambio de solicitar a sus partidos el asentimiento. Desde luego que es una forma legal de consulta pero en buena parte a costa del prestigio de los partidos que tanto han hecho por el país.
El electorado piensa más de lo que los dirigentes creen; está sorprendido y dispuesto a oír puntos de vista que no sean precisamente los de los dirigentes que parece que están descansando y pensando que les están haciendo caso. Cualquier voz que se presente y diga cosas diferentes a las que se oyen, posiblemente tenga éxito y respaldo por parte de los votantes. Cualquier cosa puede atraerlo para salir esta confusión.