Noticias de horror
Hace 25 años explotó un avión de Avianca que volaba de Bogotá a Cali y mi vida cambió.
Era reportera del Noticiero 24 Horas y tenía turno para cubrir las noticias desde las seis de la mañana. Fui la primera en llegar al dantesco escenario. Comencé a ascender lentamente por la montaña cubierta de restos humeantes, creyendo, de manera equivocada, que si miraba la muerte a los ojos ahuyentaría el miedo a morir, sin sospechar que las imágenes que se grabaron en mi alma, durante casi 10 años, me dejarían con miedo a vivir.
Con una de esas certezas absurdas y arraigadas, quienes hemos ejercido el periodismo, estamos convencidos de nuestra inmunidad, y no somos conscientes de que hemos sido unos dolientes del país, que llevamos sobre los hombros pesadas cargas de horror, pues vivimos las tragedias más de cerca y con mayor intensidad.
El vacío, la taquicardia y el terror que experimenté durante años al subirme a un avión, me traían a la mente una y otra vez las imágenes de restos humanos esparcidos por el campo, que tan sólo unos minutos antes de explotar la bomba, albergaban la ilusión, la esperanza y la vida.
En mi trabajo con víctimas del terrorismo, durante la última década conocí a familiares de los pasajeros de ese avión, como mi amiga Clemencia Gregory. Bastó mirarla a los ojos para saber que ese vuelo se llevó una parte muy importante de su vida y que el dolor se queda congelado en el alma.
Si no empezamos los procesos de sanación, de adentro hacia afuera, desde el dolor enquistado y recurrente de los sobrevivientes, seguiremos pregonando una paz virtual, totalmente ajena al sufrimiento padecido por millones de colombianos. ¿Qué experimentarán cada uno de estos hijos, esposos, padres, amigos de las víctimas, cuando los conminan a perdonar? ¿Cuándo decidieron, por ejemplo, no incluirlos en el universo de víctimas a reparar? Continuamos en deuda con las víctimas. A estos procesos, diseñados por fríos académicos sin rasguños, les sigue faltando humanidad.
Al leer el libro del hijo de Pablo Escobar, con la narración ligera de cientos de asesinatos, incluido el del avión de Avianca, sentí náuseas, como esa mañana al caminar entre los escombros. ¿Dónde está el libro con las historias de vida, los sueños, las esperanzas de quiénes viajaban en ese fatídico vuelo? ¿Dónde está el libro que narre la historia de hijos, padres, esposos, hermanos, muchos de los cuales alzan la voz para clamar justicia, como el hijo de Gerardo Arellano? ¿Dónde está escrito el homenaje a su memoria? Algunos de los familiares han alcanzado el perdón ¿Cómo lo lograron? ¿Cómo podemos aprender de su ejemplo? Ellos son los referentes sociales. No los victimarios, ni sus parientes.
Durante muchos años los reflectores mediáticos han estado enfocados en los victimarios. Un proceso de sanación nacional exige que ahora los enfoquemos en las víctimas.