Para enderezar el camino
En vísperas de iniciar otro proceso de paz como el que se adelanta con las Farc -y es una buena noticia- conviene repasar lo sucedido en La Habana, para evitar fracasos en las conversaciones con el Eln. Las lecciones están frescas y no se olvidan por más retorcidos argumentos que se inventen los nuevos negociadores.
Para comenzar, es indispensable dejar en claro que los delegados oficiales no negocian por sí y para sí. Actúan en representación de millones de colombianos hastiados de la violencia, que están dispuestos a hacer concesiones siempre y cuando que la paz esquiva se muestre por alguna parte. Lo cual no significa una rendición vergonzante, ni una entrega de cuanta cosa les pidan para seguir alimentando las palomitas blancas.
Por eso es bueno encontrarse alrededor de una mesa de diálogo, conversaciones, negociaciones o como quieran bautizarla los expertos constructores de modelos teóricos. Estos funcionan a la perfección entre académicos, pero fracasan frente un grupo de guerrilleros que lo quieren todo y no están dispuestos a conformarse con menos.
Para ellos las conversaciones de paz son apenas un medio de continuar su lucha, hasta aplastar a los débiles defensores de un sistema democrático, que están dispuestos a entregarlo a pedazos en aras de lo que llaman paz.
Y si los voceros gubernamentales están convencidos de los principios que representan, de las libertades que protegen y de los derechos de cuarenta y seis millones de colombianos, lo menos que puede pedírseles es que los expongan con entereza. No quieren que se desmiembren sus libertades, para entregarlas por presas a la voracidad de una rebelión empoderada por la debilidad del Estado.
Desde el primer instante hay que evitar el desconocimiento de hechos tan protuberantes como la victimización de vastas zonas de población. La Habana perdió mucho tiempo porque pretendió desconocer la dolorosa realidad de las víctimas. Se llegó a decir que no había víctimas de las Farc, y la temblorosa afirmación de su existencia sirvió para alargar las conversaciones y minimizar su participación directa.
Cuando la realidad se impuso vinieron las maniobras para que las delegaciones de víctimas se convirtieran en una mezcla heterogénea, que sirviera para esconder la presencia de las víctimas de las Farc.
El nuevo proceso no puede gastar tiempo y energías negando lo que todo colombiano ha padecido y sabe que sí existe. Por eso es el momento de propiciar la auténtica representación de las víctimas, para que sean sus propias voceras y la mesa no quede coja por ausencia de los principales y más sufridos golpeados por la violencia que se busca frenar.
Mesa con víctimas actuantes no tiene por qué escandalizar a ninguno de quienes se sientan en ella. Porque quienes fueron capaces de matar, herir, despojar, extorsionar, secuestrar y desplazar a sus compatriotas no tienen por qué temerle a sentarse con ellos, serenamente y cara a cara, para hablar de paz.
Así se empezaría a enderezar el camino.