La semana pasada, el alcalde Enrique Peñalosa anunció a los bogotanos que gracias al apoyo del presidente, con minúscula, JMS y la Nación Bogotá tendrá Metro.
Los dos primeros años de Peñalosa en el Palacio de Liévano se podrían calificar como un balde de agua fresca después del desastre que fueron las anteriores administraciones distritales, tres, de la izquierda: de Lucho Garzón, pasando por el inefable Samuel Moreno para terminar en la de Petro Gustavo.
Fueron 12 años de la izquierda en el poder bogotano que produjo lo que produjo. Destrucción, caos, corrupción, abandono, inseguridad, basuras, obra de la calle 26 con Samuel, caos en la salud, caos en doña Juana. De paso, ¿Qué tiene que ver el caos de doña Juana con el caos de las universidades públicas, Nacional, Distrital, Pedagógica y sus piedragógicos estudiantes?
La llegada del metro ligero a Bogotá tendrá una serie de consecuencias. La primera de ellas, será la obra en sí. Si con las obras iniciales de Transmilenio tuvimos los problemas que tuvimos, uno de ellos la no continuidad, cómo será con las del Metro.
Según los cronogramas iniciales del proyecto, al 2017 Transmilenio debería estar en su fase 6 con las vías de la Cra 7ª y Boyacá terminadas. Nace la primera pregunta, ¿Se cumplirá con el cronograma de obras para el Metro?
El segundo punto consiste en el SITP, el cual está a punto de quebrarse. A punto no. Está en quiebra. De los 10 operadores iniciales que tiene el SITP, siete están quebrados por diferentes motivos. Una de las causas, al parecer, es que se aplicó la misma fórmula del sistema Transmilenio a la SITP.
El tercer punto son las débiles finanzas del sistema Transmilenio las cuales durante las fases 1 y 2 arrojaron pérdidas. Luego, me pregunto si con la tarifa cercana de $1.700 anunciada por el señor alcalde Peñalosa ¿El Metro será viable desde el punto de vista financiero? Porque si con una tarifa de $2.200 el sistema Transmilenio arroja pérdidas, ¿cómo serán las finanzas del Metro con una de $1.700?
Finalmente, toda gestión de proyecto en el sector público debe ser evaluada con tres criterios esenciales: social, económico y financiero.
Podríamos comentar que desde el punto de vista social el proyecto Transmilenio se cumplió. Lo que sucedió fue que durante las tres alcaldías de la izquierda en Bogotá no se continuó con el cronograma inicial cazando peleas y discusiones innecesarias que perjudicaron el crecimiento de la oferta de transporte del sistema.
Desde el punto económico y financiero el sistema arrojó pérdidas durante las fases 1 y 2. A la fecha, sus pérdidas acumuladas son gigantescas a pesar de su atractivo flujo de caja diario. Calculen, no más: 2.000.000 de personas a razón de $2.200, más los 5.000.000 de personas que se dicen circulan por el SITP, diario.
Si el sistema en su conjunto está arrojando pérdidas acumuladas, en el caso que no sea viable y se declare en bancarrota, ¿Quién las asumirá?
Puntilla: Nada más patético y denigrante que el nacionalismo catalán.