Se están celebrando cincuenta años de la publicación de esa obra cumbre de la literatura colombiana, Latinoamericana y universal que es Cien años de soledad. Una novela tan importante que, incluso, Pablo Neruda alcanzó a decir que era la mejor novela que se había escrito en castellano después de El Quijote, y Vargas Llosa le dedicó su tesis doctoral en literatura que títuló Historia de un deicidio.
El editorial de El Espectador del pasado domingo destaca el aporte de esta novela a la verdad histórica al evocar el episodio lamentable de la masacre de las bananeras. Hay que tener siempre presente que Cien años de soledad no es una novela histórica o una historia novelada, como pudiera ser El general en su laberinto, aunque toma hechos para contextualizar la narración. Y, por supuesto, los novelistas han contado con cierta licencia para narrar a su manera los episodios históricos como recurso literario. Por ello tales relatos no pueden ser tomados en forma rigurosa porque si bien se soportan en datos o hechos del pasado, sus textos no se elaboran para historiar sino para novelar.
García Márquez en boca de José Arcadio segundo dice que los muertos de las bananeras “debían ser como tres mil”. Pero en su libro de memorias Vivir para contarla dice que “la única discrepancia entre los recuerdos de todos fue sobre el número de muertos, que de todos modos no será la única incógnita de nuestra historia”. Luego afirma: “hablé con sobrevivientes y testigos y escarbé en colecciones de prensa y documentos oficiales, y me di cuenta de que la verdad no estaba de ningún lado. Los conformistas decían, en efecto, que no hubo muertos, los del extremo contrario afirmaban sin un temblor en la voz que fueron más de cien……Así que mi verdad quedó extraviada para siempre en algún punto improbable de los extremos. Sin embargo, fue tan persistente que en una de mis novelas referí la matanza con la precisión y el horror con que la había incubado durante años en mi imaginación. Fue así como la cifra de muertos la mantuve en tres mil, para conservar las proporciones épicas del drama, y la vida real terminó por hacerme justicia: hace poco, en uno de los aniversarios de la tragedia, el orador de turno en el Senado pidió un minuto de silencio en memoria de los tres mil mártires anónimos sacrificados por la fuerza pública”.
En el mismo sentido, el padre Angarita, párroco de la época en Aracataca y testigo presencial de los hechos, se refiere a cifras diferentes en su comunicación epistolar. Por tanto, los datos históricos que se citan en las novelas no se pueden tomar en forma estricta, sino como un referente que recrea o evoca un episodio. Así ha ocurrido en diferentes casos ilustrativos.
Pues bien, los colombianos estamos de plácemes con los cincuenta años de la novela consagratoria de García Márquez en la literatura universal que lo llevó al pedestal del premio Nobel.