Pacifistas
La ilusión de que en Colombia habitan más de siete millones de pacifistas, me despierta del sopor poselectoral, mientras leo con vergüenza ciertos mensajes en Facebook que preguntan si ahora “tendremos que contratar reinsertados” y me doy cuenta de que aún no comprendemos la apuesta hecha en las urnas.
Nuestra Constitución expresa que “la paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”; por lo tanto, es mucho más que fin del conflicto armado, o reparación a las víctimas, o castigo a quienes cometieron crímenes atroces, o búsqueda de equidad y desarrollo social. La paz atraviesa el ámbito individual y comunitario; por ello también es tolerancia, sosiego, armonía.
El ensayista francés Charles Péguy escribió que “construir la paz (faire la paix) es la fuente de todas las grandezas, mientras que tener paz (avoir la paix) es la fuente de todas las cobardías”. La paz no es algo que nos traerán de aguinaldo navideño los negociadores de La Habana; nos tocará vencer el miedo y salir de la zona de confort para comprometernos con la paz que elegimos en las urnas.
El derecho a la paz nos lo debe garantizar el Estado; pero como deber, la paz necesitará del esfuerzo colectivo para que pasemos de una cultura de la violencia a una cultura de la paz, posible si hay conciencia de paz, educación para la paz y praxis de paz.
Si quiere cumplir su promesa, Santos deberá mostrar coherencia entre lo que dice y lo que practica. El primer hecho en esta dirección, quizás sea el planteado por Sergio Fajardo, Gobernador de Antioquia: “(…) sanar al país; tender puentes (…)”. Esto es conciencia de paz.
A la manera de Gandhi, “el camino hacia la paz implica practicar el altruismo”; es decir, elevarse por encima de los antagonismos, de la dicotomía amor - odio con la que hemos vivido 50 años, y de cuyo lastre pondríamos al margen a nuestros hijos y nietos con una política educativa que tenga la paz como sustrato de cualquier currículo y que vaya más allá de la mera instrucción en resolución de conflictos.
La praxis de la paz será el mayor reto para todos, acostumbrados a dirimir a golpes la diferencia; por su ausencia invalidamos al otro, lo miramos con sospecha, le negamos segundas oportunidades. Recuerdo entonces al más emblemático de los pacifistas occidentales, Jesús, quien hace dos mil años nos mostró que es mejor convencer al otro, que vencerlo.