- El mensaje de la elección de Piñera
- Izquierda y la autocrítica necesaria
Apuesta por lo seguro. Esa frase bien puede explicar el resultado de la elección presidencial del pasado domingo en Chile, en donde el exmandatario Sebastián Piñera, a la cabeza de una coalición de centro derecha, ganó su segundo mandato. Y lo hizo tras alcanzar la mayor votación de ese sector político desde los comicios de 1993 y superando el caudal electoral que hace cuatro años le permitió a la también exmandataria de izquierda Michelle Bachelet alcanzar de nuevo el poder. Tras una primera vuelta en la que su desempeño había sido menor al pronosticado por todas las encuestas, en la segunda y definitiva el ahora electo Jefe de Estado logró sumar más de 1,4 millones de votos más.
¿De dónde salió esa cantidad de nuevos sufragantes? Los analistas australes señalaban ayer tres razones básicas para el triunfo de Piñera. En primer lugar, que buena parte de los indecisos se inclinó por reelegirlo debido a que puso sobre la mesa un programa de gobierno sólido, creíble y, sobre todo, enfocado a recuperar el terreno perdido durante el último cuatrienio. No hay que olvidar que Chile está creciendo hoy por hoy a un pobrísimo 1,4 por ciento anual, el peor indicador de esta década. En segundo lugar, resultó claro que la coalición de izquierda, en cabeza del candidato Alejandro Guillier, nunca supo confeccionar una propuesta política coherente y objetiva, sino que se dedicó a un discurso centrado en la oposición cerrera al cambio y la corrección de rumbo que prometía su rival. La percepción ayer de las mayorías en torno a que su país “se salvó” de convertirse en “Chilezuela” -término que se tomó las redes sociales- fue sintomática de cómo la izquierda se equivocó en la estrategia política y electoral, al tiempo que la ciudadanía le pasó factura por los escándalos de corrupción y los magros resultados del saliente gobierno de Bachelet. Y, como un dato adicional pero definitivo a boca de urna, la decisión de Piñera de mantener, con los ajustes del caso, algunas de las reformas sociales de su antecesora, como la gratuidad en la educación universitaria, le quitó eco a la satanización que el bando de Guillier hacía del candidato de la centro derecha.
Sin embargo, no le será fácil al nuevo gobierno volver a Chile al camino del crecimiento económico, la dinámica productiva y la estabilidad social que tenía al comienzo de la década, cuando era la nación emergente con mejores calificaciones del continente. Piñera ha prometido cambios de fondo y forma que deben saberse aterrizar, lo que no será fácil con una izquierda que en sus dos vertientes suma 63 bancas en la Cámara de Diputados, en tanto que la coalición oficialista tiene 72 de los 155 escaños.
El nuevo gobierno, que asumirá en marzo próximo, tendrá entonces que delinear una ruta rápida para cumplir con la promesa de duplicar el PIB a corto plazo, recuperar la confianza inversionista, disminuir de 27 al 25 por ciento la carga tributaria a las empresas, arrancar un ambicioso plan de gobierno que movería 14.000 millones de dólares, estabilizar la deuda pública, crear 700 mil plazas de trabajo y corregir varias de las reformas realizadas por Bachelet que no han dado el resultado esperado. Es un plan muy audaz pero creíble, por lo menos al tenor de cómo los mercados reaccionaron ayer positivamente a la elección de Piñera.
La gran incógnita, por el momento, es cuál será a corto y mediano plazos la postura de la izquierda, en sus dos vertientes: la facción radical encabezada por el Frente Amplio y la Nueva Mayoría, más centrista. El propio Guillier advirtió que la derrota fue muy dura, a tal punto que Piñera los aventajó en 13 de las 15 regiones chilenas, incluyendo Antofagasta, fortín electoral del candidato izquierdista. Es claro que si se radicaliza puede poner trabas a un gobierno entrante que requiere margen de acción para activar su plan de desarrollo, pero adoptar esa postura sería equivalente a no haber leído el mensaje político de las urnas este domingo, en donde la mayoría de los chilenos apostó por la experiencia, el retorno a la estabilidad, el pragmatismo económico y la corrección imperativa del rumbo ante la evidencia incontrastable de que Bachelet deja mucho saldo en rojo en no pocas materias y sectores.
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