Periodistas son la clave contra el autoritarismo | El Nuevo Siglo
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Martes, 11 de Diciembre de 2018
Redacción internacional
Elegidos como personajes del 2018, la revista dice que este año se demostró que incluso algunos con tal de contar la verdad han muerto, como Jamal Khashoggi

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“EL HOMBRE corpulento con la perilla gris y la actitud amable se atrevió a estar en desacuerdo con el gobierno de su país. Le dijo al mundo la verdad sobre su brutalidad hacia aquellos que hablarían. Y fue asesinado por ello”.

Así comienza la edición del personaje del año de la revista TIME, que esta vez, lejos de los pronósticos, eligió a los periodistas –en especial a un selecto grupo- como aquellos capaces de enfrentar a regímenes autoritarios con su pluma o con su vida, como en el caso de Jamal Kashoggi, el periodista saudí asesinado por las autoridades de su país en noviembre.

En momentos de poca credibilidad, tanto en lo fáctico (la verdad varía dependiendo de quien la diga) como en lo periodístico, la apuesta de la revista con sede en Nueva York reivindica la profesión, cuando muchos, sobre todo los que defienden modelos autoritarios, han construido una narrativa de que el periodismo es el verdadero enemigo. Uno de ellos, Donald Trump.

Sin duda, hay mucho que corregir. Lo dice incluso la misma revista cuando, sabiendo de los problemas de credibilidad por los que pasa, dice que “la gente asume lo peor del periodismo”, como dijo Joy Mayer, directora del Proyecto Trusting News: “Tienen todas estas suposiciones de que pagamos a nuestras fuentes, que cuando hablamos de fuentes anónimas, ni siquiera sabemos quiénes son esas fuentes. Se sorprenden de que tengamos políticas de ética y de que tengamos largas discusiones sobre qué palabra o qué foto usar”.

La democracia

Paradójicamente, el periodismo cada vez parece más importante. En un mundo donde la información invade la cotidianidad: está en los celulares, en las redes, en la casa; esta profesión tiene la virtud, o se espera que la tenga, de enfrentar los torrentes informativos con sindéresis. No es informar por informar. Es hacerlo por un objetivo común que, aparentemente, como muestran los casos de los periodistas del año, busca salvaguardar la democracia.

No fue coincidencia que Alexis de Tocqueville, en el siglo XIX, hiciera énfasis en la proliferación de opiniones en la prensa norteamericana, para concluir que de ella se abastecía la verdadera democracia. Esa que, calificada en términos liberales, se construye con base en la división de poderes y su equilibrio para el ejercicio del mismo. En ese juego están los medios que sirven como guardianes, en caso de que una persona o un modelo político intenten socavar las bases de las democracias contemporáneas.

Ahora, el mundo se está reacomodando. Unos dicen que los conceptos bipolares que marcaron la Guerra Fría han vuelto, mientras que otros hablan del auge de las democracias “iliberales”, una categoría que se le debe a Fared Zakaria, cuando hace unos años explicó que algunos gobiernos llegaban mediante el voto popular pero creían poco en las libertades propias de las democracias.

Sea lo que pase a nivel político, es clara la amenaza para el periodismo. Algunos regímenes simplemente no quieren tener opositores, menos en la prensa. El caso Khashoggi, en un país cuyo gobierno está basado en una monarquía petrolera, lo demuestra. “Lo que molestó al reino y marcó la muerte del periodista fue la insistencia de Khashoggi en llegar a esa conclusión por su cuenta, moderarla con hechos preocupantes y confiar en que el público pensara por sí mismo”, escribe TIME.

Ndras Dezso, periodista húngaro reconocido por la revista, dice que Viktor Orbán, el presidente de su país, ha sido el encargado de construir una narrativa que relativiza la verdad publicada en los medios. “Fue muy útil para Orbán que Trump tomara su línea contra los medios de comunicación. Le mostró al gobierno que aquí pueden volverse más agresivos, más audaces en sus propios ataques contra nosotros”.

Orbán ha equiparado a los medios de su país con las fundaciones a favor de la democracia de George Soros, el filántropo norteamericano que es visto por la mayoría de líderes “iliberales” como el promotor del progresismo internacional. Desconoce, sin embargo, que el deber con la verdad no tenga bandera política. Que existe más allá del plano ideológico.

En Rusia, por ejemplo, Arkady Babchenko ha tenido que huir por sus señalamientos en contra de Vladimir Putin. Este último, o sus fuerzas de seguridad, lo persiguieron en Ucrania, donde fue avisado de un posible atentado, el mismo del que fueron objeto cinco periodistas de la revista que dirigía, Novaya, quienes finalmente murieron. En un plan con las autoridades ucranianas, Babchenko se hizo pasar por muerto, para despistar a El Kremlin. Hoy desde el exilio es uno de sus mayores críticos.

Latinoamérica no está exenta de este fenómeno, es más, ha sido una región donde el ejercicio del periodismo es tan peligroso como una zona de guerra. En Venezuela, Luz Mely Reyes, directora de Efecto Cucuyo, le ha hecho frente a la dictadura de Nicolás Maduro, siendo reconocida como parte del especial de la revista neoyorquina.

Igualmente a la periodista de Folha de Sao Paulo, Patricia Campos, quien denunció a centenares de grupos que desde WhatsApp compartían contenido falso a favor de Jair Bolsonaro.

Las noticias falsas hoy son tan peligrosas como la imposición de un régimen autoritario que acomoda la verdad a sus propias aspiraciones. Dice David Patrikarako, autor del libro Guerra en 140 caracteres, que la desinformación moderna “no funciona como propaganda tradicional. Intenta enturbiar las aguas. Trata de sembrar tanta confusión y tanta desinformación como sea posible, para que cuando la gente vea la verdad, sea más difícil reconocerla”.

Para TIME, la lucha contra la desinformación pasa en primer lugar por reconocer que los periodistas deben ser los baluartes de esta batalla. Pues, concluye, que “la libertad de expresión, después de todo, se puso intencionalmente en primer lugar en la Carta de Derechos”.