La cadena perpetua | El Nuevo Siglo
Viernes, 19 de Julio de 2019

La cadena perpetua, junto con la pena capital, constituye el castigo más severo que se les puede imponer a los criminales responsables de la comisión de los delitos más graves en los países en los que se ha establecido. La expresión cadena perpetua tiene su origen en una pena que existía en el siglo XIX, que implicaba purgar la condena encadenado a un muro. Aunque tal expresión ha sobrevivido el paso del tiempo, hoy resulta más apropiado hablar de “prisión perpetua” o de “reclusión por tiempo indeterminado”, como así se le conoce en otros países.

En Colombia se ha incrementado notoriamente en los últimos años la violencia contra los niños y el abuso sexual de que vienen siendo víctimas. En vista del perfil dramático que ha ido adquiriendo este fenómeno, de un tiempo para acá se ha venido agitando la propuesta de adoptar la cadena perpetua como sanción ejemplarizante y como mecanismo disuasivo que permita contener a los perpetradores de crímenes contra los menores.

En medio de la coyuntura por los absurdos y dolorosos hechos de violencia contra los niños, como el caso del menor Andrea del Pilar Cubides, en el Guaviare, se ha vuelto a agitar el tema, y el presidente Duque ha expresado su apoyo a una iniciativa de estas características. La verdad es que no resulta difícil encontrar argumentos para que esta clase de delincuentes merezcan la cadena perpetua. Pero en Colombia tenemos problemas que no hemos resuelto como el de los altos niveles de hacinamiento carcelario y la fragilidad con que se presta el servicio público de la justicia. Y por esa misma vía, en desarrollo del derecho a la igualdad, habría que extender esta pena a los delitos de lesa humanidad y crímenes de guerra; o sea, a los delitos de mayor gravedad, y ello implica un proceso previo de preparación al que todavía no hemos llegado.

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Enrique Gómez: un buen colombiano

Ha desaparecido unos de los últimos dirigentes de la escuela vieja, el doctor Enrique Gómez Hurtado, a quien distinguía una vigorosa personalidad, una manera de ver el mundo, una concepción del manejo del Estado y de los asuntos públicos. La política la entendía como la adhesión a unos principios que suscitaban solidaridades. Siempre resulta inevitable relacionarlo con su sacrificado hermano Álvaro Gómez con quien participó en numerosas batallas en defensa de sus convicciones y de lo que creían era lo más conveniente para Colombia. Enrique Gómez era la reciedumbre del carácter, la firmeza en los principios y la coherencia entre su pensamiento y la conducta. Tenía el don de los consejos prácticos a través de figuras alegóricas y de frases sentenciosas. Siempre recordaré la diferencia que encontraba entre la autoridad y el poder en el entendido de que un dirigente para trascender siempre tenía que buscarlo primero.

Los procesos electorales en los que participó con los mecanismos que hoy determinan el éxito en tal actividad lo dejaron flotando en medio de las olas, como un Cid Campeador, en medio de prácticas con las que no contemporizaba. Pero, para los hermanos Gómez, ganar o perder en una contienda electoral no los regocijaba o los afectaba porque para ellos la política era una tarea funcional. ¡Paz en su tumba!