¿Una ministra para el consenso? | El Nuevo Siglo
Martes, 28 de Febrero de 2023

* Extraños movimientos del gabinete

* Reforma que exige tino y concertación

 

Como estaba presupuestado, la ministra de Salud, Carolina Corcho, le ganó el pulso, en el interior del gabinete del presidente Gustavo Petro, al exministro del mismo ramo y hasta anteayer jefe de la cartera de Educación, Alejandro Gaviria. Y en medio de la controversia política, suscitada a raíz de la reforma de la salud, también salieron por la puerta de atrás, aunque por otros motivos aun sin aclarar, las titulares de Cultura, Patricia Ariza (emblema de la izquierda tradicional) y del Deporte, María Isabel Urrutia (gloria olímpica colombiana).

De esta manera, queda en evidencia que el primer mandatario no se para en mientes frente a efímeros despachos de un semestre, tal y como solía acontecer con sus colaboradores cuando fungía de alcalde de Bogotá. Habrá, pues, que estar pendiente frente a la reforma educativa ahora en manos de la nueva ministra, Aurora Vergara. Y también habrá que estar al tanto de lo que pueda ocurrir con las otras políticas públicas que venían siendo dirigidas por dos mujeres simbólicas y que, de acuerdo con sus declaraciones, se sintieron menoscabadas por la forma en que se llevó a cabo su traumática salida del gabinete, aparte de la circunstancia obvia de ser funcionarias de libre nombramiento y remoción.

Desde luego, Ariza es una muy conocida gestora cultural, artista y poetisa (no “poetiza” como escribió ayer el nuevo Mincultura en su carta de reconocimiento a su exjefa) y Urrutia no tiene menos méritos como portaestandarte deportivo del país. De suyo, la experticia de Ariza ponía un ingrediente fundamental en la llamada paz total si es que acaso ésta se llega a entender, no como la tramitación de inextricables diálogos, sometimientos y treguas, sino, mucho más allá, como un cambio de paradigma de la violencia con la cultura de soporte esencial. Que era precisamente lo que Ariza comenzaba a realizar sin la tiranía de los reflectores y las vanidades politiqueras, tratando de aglutinar las diversas expresiones culturales de la nación. Por supuesto, podrían darse discrepancias (por ejemplo, frente al manejo del Instituto Caro y Cuervo) y estar en orillas diferentes ante su ideario. Pero otra cosa sería salir de modo menesteroso a cambio de andar buscándole más espacios al clientelismo; a raíz de pugnas palaciegas en que nada tenía que ver; o fruto del aislamiento al que al parecer fue sometida.  

Y lo mismo parecería contar para Urrutia. Siendo la vocera de la otra ala indispensable en la modificación de los arquetipos para la juventud colombiana, que es el deporte, una tarea de esa envergadura quedó al vaivén de ciertos intereses creados que pretendió romper a partir del tratamiento directo con las federaciones deportivas. Y cuya salida, o al menos así se rumora, también tiene sospechas en la apertura de nuevas cuotas clientelares, aunque el gobierno ha negado que esto sea así.      

Ya en cuanto a la reforma a la salud, que fue la nuez del tema, el presidente había enviado señales de que, en principio, favorecía el debate en el seno del consejo de ministros a fin de llegar a una fórmula consensuada para presentarla al Congreso. Las discusiones fueron conocidas por los medios, de hecho, a través de los documentos preparados por los ministros que quisieron participar más a fondo del tema. Pero al parecer el primer mandatario consideró que llevar esos pliegos a la opinión pública eran una traición y un desmedro de su órbita como primer magistrado. Por lo cual, Gaviria, que hacía tiempo tenía un pie por fuera del gabinete, terminó con el otro también afuera. No obstante, otros discrepantes, como Cecilia López o José Antonio Ocampo, que han sido prenda de experiencia frente al mero activismo de varios de sus colegas, parecerían más consolidados pese a sus advertencias. A no dudarlo, sus opiniones no podrían ser calificadas de “neoliberales”.

Pero el punto central, mucho más que todos los movimientos burocráticos anteriores (para distraer la galería), está en si es verdad o no la pretensión de lograr una reforma a la salud por consenso, incluidas las fuerzas independientes y de oposición, como lo propuso ahora el mismo presidente. Sin embargo, no es, a ojos vistas, la ministra Corcho prenda de garantía para ello. Por el contrario, con su talante totalitario, es decir, con su idea de que solo ella y tan solo ella tiene la razón, va a ser por descontado muy difícil la concertación.

Nadie se aparta de que es menester una reforma consensuada a la salud. A los efectos, la ministra Corcho, o entra por el sendero del diálogo o se convertirá en la piedra en el zapato del propio presidente. Porque, como se ven las cosas, con ella el consenso nace muerto.