Por Mauricio Jaramillo Jassir (*)
EL avance reciente del Estado Islámico (EI) en algunas poblaciones kurdas de Siria, revela la amenaza más seria que el mundo ha enfrentado en la última década, y evidencia los errores crasos cometidos por Occidente, y concretamente por la forma en que asumió el Medio Oriente. Iraquíes y sirios son testigos de los efectos nefastos del proyecto de política exterior de George W. Bush y que consistía en la democratización de lo que el neo-conservatismo norteamericano llamó el Gran Medio Oriente. Esta denominación se justificó en que a la tradicional zona, se debían añadir dos Estados clave en la guerra contra el terrorismo y que normalmente hacen parte de Asia Central y del Subcontinente Indio respectivamente, Afganistán y Pakistán. Estos habían convertido sus territorios en santuario para los militantes de la red terrorista Al Qaeda, y de algunos de los sobrevivientes del régimen talibán.
Aunque se crea que los errores más sobresalientes fueron cometidos por la administración Bush, en realidad son varios los yerros de algunas potencias o bien de Occidente o de la zona. En particular hay uno que sobresale por lo sucedido con el EI en Irak y Siria: la política que sistemáticamente ha buscado aislar a Irán durante décadas sin ningún resultado hasta la fecha. Es más, la política de ostracismo contra Teherán le ha significado oxígeno político al régimen de los Molah, pues les ha otorgado un argumento del mayor valor para mantener el significado inicial de la Revolución emprendida desde 1979 y que según se reivindica desde Irán aún se sigue consolidando.
El primero error cometido por Alemania, Estados Unidos, y Francia consistió en no entender que la principal forma de estabilizar el Oriente Próximo consiste en crear el Estado de Palestina. El desgaste en esa materia ha provocado todo tipo de reacciones en el mundo árabe y musulmán, y terminó por desequilibrar demográficamente a algunos de los Estados de la zona, como el Líbano (desequilibrio que derivó en la Guerra Civil entre 1975 y 1989), Siria y Jordania. Esto sin contar la tragedia de millones de palestinos alrededor del mundo, y de simpatizantes que ven en la violencia un ejercicio legítimo para visibilizar la cuestión palestina.
No obstante, Estados Unidos ha preferido justificar sin ninguna consideración cualquier agresión contra ese pueblo, sin tener en cuenta un factor cada vez más importante desde 2005. Se trata del ascenso de Irán como líder regional, y no tanto por los recursos de los que dispone (especialmente el petróleo), sino porque asumió la vocería de la tal vez la única o más fuerte causa que mantiene unido al mundo musulmán sin importar la división histórica entre chiitas y sunnitas.
La dilación indefinida de una solución para Palestina fraccionó el Oriente Próximo y actualmente, se necesita de la cohesión regional para luchar contra una segmento del terrorismo que hace años viene avanzando no sólo en Irak y Siria, sino con mayor fuerza aún en el África Subsahariana y más concretamente en la zona del Sahel.
El segundo cálculo que falló tiene que ver con la elección de los aliados regionales. Barack Obama, Angela Merkel y François Hollande son plenamente conscientes de que el régimen wahabí de Arabia Saudí apoyo durante años a militantes sunnitas en Irak, sin que esas potencias occidentales hubieran presionado por desmontar esa violencia que hoy tiene contra la pared a millones de iraquíes, no sólo chiitas y kurdos sino incluso a la propia población sunnita en nombre de la cual asume pelear el EI. El régimen saudí en la paranoica guerra en contra del Islam chíi en Irán, ha despeñado un papel vital en la desestabilización del norte y centro de Irak, y por supuesto de Siria. En este último, valga recordar, saudíes, turcos y estadounidenses desplegaron cuantiosos esfuerzos por debilitar al régimen de Bachar Al Assad. Y en efecto, la debilidad de una Siria desgastada luego de más de tres años de guerra traduce una ventaja considerable para el EI. La toma por la fuerza de la ciudad kurda de Kobane esta semana es apenas un testimonio de muchos.
Y tercero, los medios de comunicación y algunos Estados en sus comunicados oficiales insisten en llamar a los militantes del EI como representantes del Islam radical. En este orden de ideas, es prudente traer a colación el discurso de Hassan Rohani presidente iraní en la pasada plenaria de la Asamblea General de Naciones Unidas. La narrativa de algunos medios y ministerios de relaciones exteriores y defensa del mundo, contribuyen a la estigmatización del Islam. Grupos como Boko Haram, Al Shabab, Ansar Eddine, o el Estado Islámico de Irak y el Levante hoy Estado Islámico deben ser apelados como terroristas o extremistas religiosos. Repetir con insistencia la denominación musulmana seguramente creará tensiones en el futuro, y reavivará la tesis de un “Choque entre civilizaciones”, evocando el célebre y polémico artículo de Samuel Huntington.
La tragedia de la población alauita, chiita, kurda y sunnita en Irak y Siria alcanza unas dimensiones que el mundo aún desconoce. Lo que es peor, no se ve una salida en el corto plazo para una tragedia humanitaria que en términos de refugiados, desplazados, mutilados, torturados, retenidos y asesinados se reproduce, devastando a su paso cualquier intento de contención, bien sea por la vía de la resistencia armada o pacífica. Es tal la destrucción que algunos añoraron las épocas del dictador Saddam Hussein, asesino de cientos de chiitas y kurdos y aliado en su momento de estadounidenses y británicos para detener la eventual expansión de la Revolución iraní. Absurda añoranza que demuestra el patetismo de las soluciones propuestas por Estados Unidos, Francia, Arabia Saudí y Turquía, responsables de una de las peores tragedias de lo que va corrido del siglo XXI.
(*) Profesor de las Facultades de Ciencia Política y Gobierno, y de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario.