Los sacrificios que a lo largo de décadas ha venido haciendo Colombia en materia de vidas y gasto económico para combatir las mafias y carteles de la droga, muchos de ellos asociados a grupos subversivos, son incuantificables, hecho que las administraciones demócratas y republicanas norteamericanas reconocen. Es una lucha de responsabilidad compartida, dado que el mayor consumidor de narcóticos en el mundo son los Estados Unidos. Por lo mismo, desde hace mucho tiempo hay un consenso con Washington para combatir conjuntamente esas fuerzas criminales. Una estrategia que tuvo su impulso definitivo en los gobiernos de Andrés Pastrana y Bill Clinton, cuando se lanzó el Plan Colombia. Los resultados del arranque fueron positivos, desarticulando carteles y reduciendo a una parte de los alzados en armas a sus madrigueras. Por ello, precisamente, en los posteriores mandatos de Álvaro Uribe se desmovilizaron los paramilitares y las Farc ya están en proceso en los de Juan Manuel Santos.
Esa alianza entre los Estados Unidos y Colombia consiguió inicialmente reducir sustancialmente el potencial de los violentos, lo mismo que disminuir la extensión de narcocultivos, especialmente por la fumigación aérea.
Como consecuencia de esa recuperación gradual del orden en la periferia del país, la inversión extranjera empezó a retornar y junto a las regalías petroleras el país comenzó a avanzar en materia de desarrollo y disminución de la desigualdad. En cuanto al TLC suscrito entre Colombia y Estados Unidos, que entró en vigencia hace cinco años, sus logros hablan por sí mismos. Si bien antes del acuerdo era más lo que vendíamos que lo que importábamos de ese país, favorecidos por los precios del petróleo y el carbón, ahora tenemos un déficit preocupante. La balanza comercial nos desfavorece hoy con un saldo deficitario de 1.413 millones de dólares al 2016 y la caída de las exportaciones a esa nación supera el 50 por ciento. Esto es distinto a lo que ocurría en 2012 cuando el superávit a favor de nuestro país era de 8.244 millones de dólares. Tenemos ahora un incremento del 12,3 por ciento de las ventas al mercado estadounidense en sectores diferentes al petróleo. A ello se suma que la inversión en Colombia, en estos últimos cinco años, creció 41 por ciento hasta alcanzar los 11.724 millones de dólares.
Por otra parte, Colombia ha sido a lo largo de los años el más firme aliado de Estados Unidos en Latinoamérica, en particular en tiempos en los cuales la región parecía volcarse al populismo y ‘socialismo del siglo XXI’. Hoy el mapa geopolítico ha cambiado, con un retroceso de la izquierda y una vuelta al centro y la centro derecha.
En medio de todo este escenario, el viaje este jueves del presidente Santos a Washington es clave. Tras varios años de cordial relación con el ahora exmandatario Barack Obama, es necesario plantear las bases de entendimiento y trabajo conjunto con la Casa Blanca, ahora bajo el mandato de Donald Trump. Las potencias suelen tener políticas de Estado de mayor duración y por eso Colombia continúa siendo fundamental para Estados Unidos en esta parte del continente. Le corresponde a Santos, con cierto pragmatismo, insistir en fortalecer la alianza política, las ayudas antidrogas y las relaciones comerciales, así como lograr respaldo para implementar eficientemente el acuerdo de paz con las Farc. Es claro que no ayuda en el tema económico que sectores del actual gobierno insistan en intervenir la propiedad privada y poner en duda la titularidad de la tierra, cuando en el sector agrícola existen las mayores esperanzas de inversión nativa y extranjera para el desarrollo.
Trump, en el corto tiempo que lleva en el poder, ha demostrado ser un político fiel a sus palabras y sus promesas, por lo que podemos contar con su buena voluntad y entendimiento del momento político que atraviesa nuestro país, con un crecimiento económico modestísimo que necesita cuantiosos recursos para el posconflicto. Ello pese a que es sabido que Estados Unidos al entrar a exportar petróleo nos disputa mercado en nuestra región. Ocurre lo mismo con el carbón.
Por lo tanto, el viaje de Santos a su primera entrevista con su homólogo en Washington, debe enmarcarse dentro de una alianza bilateral a potenciar con una nueva agenda. Definir cómo revertir el grave aumento de los narcocultivos, que ya llegan a 188 mil hectáreas, es sin duda el tema que centrará esa nueva relación, lo mismo que el papel de Colombia en la resolución de la crisis venezolana. Es clave, además, garantizar la inversión extranjera, frente a la queja recurrente de los inversionistas por el cambio de las reglas de juego. En la medida en que ello se logre, Colombia seguirá siendo la primera democracia económica emergente de la región y el principal aliado natural de los Estados Unidos.