Gente. El estadista Rafael Núñez | El Nuevo Siglo
Rafael Núñez, el padre de la Constitución de 1886 y de la Regeneración del país.
Viernes, 26 de Enero de 2024
Alberto Abello

El deporte de los políticos y militares colombianos de la época radical, es decir, a partir de la Constitución de Rionegro, es la guerra civil. La inestabilidad carcome las entrañas de la Nación. Se reconoce que los constantes ataques a la propiedad, las revoluciones personalistas y anárquicas, tenían al país de cabeza. Los escasos capitales nativos que logran sobrevivir, en cuanto pueden se fugan; el ataque a la propiedad y los empréstitos forzosos están a la orden del día, con la inseguridad jurídica y económica en boga. Muchos llegan a considerar que la democracia con una “Constitución para ángeles”, como la de Rionegro, nos llevarían al abismo de la anarquía y la guerra endémica, lo que en gran parte sucedió, tal como lo había previsto Rafael Núñez al proclamar que en esa Carta se había consagrado la anarquía organizada.

Rafael Núñez, hasta entonces un político moderado, olfatea el rumbo peligroso que para la estabilidad de la República traerán los excesos de Rionegro, como la debilidad de los gobiernos que no tendrán sino una duración de dos años. Un periodo fugaz con el objeto de acortarle el mandato al general Tomás Cipriano de Mosquera. Es funesto el golpe al orden y la ley, al establecer engorrosos trámites para extraditar delincuentes de un Estado a otro, y también la falta de un control eficiente al Tesoro Público y las finanzas regionales.

Núñez sopesa las desgracias que traerá al país tan utópico engendro en numerosos artículos de prensa desde los Estados Unidos y Europa, donde expresa su constante y vigorosa crítica. Así que los que alguna vez llaman traidor a Núñez, no entienden su poderosa inteligencia y evolución política constante, desde 1863 en adelante, a favor de organizar la República bajo el imperio de la ley y el orden, como deja constancia en numerosos escritos y discursos.

Y no se puede olvidar a Carlos Holguín, el fino político conservador, que consigue en España las mayores ventajas para nuestro país en el laudo fronterizo. Gran amigo de Núñez, al que le consigue refugio en la residencia presidencial, en el gobierno de su tío Manuel María Mallarino, cuando el político cartagenero era amenazado de muerte por los radicales extremos.

Holguín deja en Colombia la orden a sus copartidarios de seguir a Núñez a todo trance, incluso cuando parezca que los abandona, pues en ocasiones se nueve como en zigzag, pero nunca olvida su norte. Holguín entiende que la suerte de la República pendía de la capacidad del gran hombre de catalizar elementos de diversa tendencia en un nuevo ámbito político, el cual se conocerá como la Regeneración.

Núñez, que había estado en Curazao para tratar sus dolencias, deja que otro gobierne por él, con lo que algunos señalan que está muy enfermo y otros aducen que no le interesa el poder. Fuera de los que dicen en Bogotá que en Cartagena se rumora que murió. Son muchas las consejas, hasta que, en 1881, llega con buen semblante y ánimo optimista de nuevo a la capital.

Imperio de la ley

Su discurso ese año es de orden, se muestra contrario a la anarquía y señala las grandes metas que, rescatado el imperio de la ley, debe cumplir el país para salir del atraso y el belicismo funesto. Lo más sugestivo es que Núñez, quien observa el estado de decrepitud de la República y rechaza la forma como se desangra la población en las luchas estériles de los caudillos barbaros, cree en la ley, cree que puede rescatar el orden y que conseguirá movilizar a la mayoría de colombianos en una política de Regeneración colectiva, para superar la anarquía, la violencia, el sectarismo enfermizo y disolvente de los radicales.

Ya en vigencia de esa Constitución se reconoce en el Congreso en 1881 que “la enfermedad endémica y crónica que ha venido sufriendo el país, las revoluciones injustificables a mano armada, el rudo ataque dado a la propiedad, y el mal empleo de la autoridad en ciertos casos, han arredrado a los empresarios de la común labor económica, han hecho alejar u ocultar los capitales, aniquilado la industria, empobrecido el pueblo y menoscabado el buen nombre de la República; ha llegado el mal hasta el extremo de que se haya creado justificable el camino de la dictadura como el medio de obtener el orden y la paz”.

“Sería puerilidad, hablando con vos, el llamaros la atención hacia el interés que reclaman de vuestra parte la instrucción, el fomento de la industria y las mejoras materiales. Pero me tomo la libertad de haceros presente la premiosa necesidad que tenemos de acortar la distancia de la capital de la Unión a la del Istmo de Panamá, punto a donde se dirigen hoy las miradas del mundo y a donde afluirán, dentro de pocos años, hijos de todas las naciones, por razón del Canal interoceánico. La acción del Poder Ejecutivo que parte del Capitolio a esa región privilegiada de nuestro territorio, llega hoy debilitada por el tiempo. Se hace, pues, indispensable un ferrocarril que facilite la comunicación entre el río Magdalena y la capital de la Unión, en cuya empresa vuestro antecesor ha dado algunos pasos. Creo, sin duda, que vos comprendéis, en toda su extensión”. Estos apartes de un colega del Congreso indican que pese al caos reinante había conciencia en los distintos bandos políticos de la inmensa responsabilidad que tenían. La que no se cumplía por el caos de las frecuentes revueltas, disputas regionales y la falta de recursos, con la economía semiparalizada.

La Carta del 86

Rafael Núñez estaba por un gobierno nacional en el 81, que no consigue engendrar, puesto que su posición es débil, al tiempo que toma medidas sustanciales para mejorar la administración pública, así el peligro de guerra civil ronde por todas partes y lo amenacen de muerte en pasquines que se reparten frente al palacio presidencial. Mas en ese breve interregno presidencial logra hacer ver sus grandes dotes de estadista y de hombre superior, quizás el único capaz de sacar al país de la crisis y la disolución.

Será en 1884 cuando un Núñez genial y decidido estadista, con la precisión de un ajedrecista, consigue unir fuerzas de distinta índole en torno de su proyecto de regenerar a Colombia, así como el apoyo de elementos militares a la causa. Que conducirá al país a la reforma política de 1886.

 

 

 

 

Núñez sopesa las desgracias que traerá al país tan utópico engendro en numerosos artículos de prensa desde los Estados Unidos y Europa, donde expresa su constante y vigorosa crítica. Así que los que alguna vez llaman traidor a Núñez, no entienden su poderosa inteligencia y evolución política constante, desde 1863 en adelante, a favor de organizar la República bajo el imperio de la ley y el orden, como deja constancia en numerosos escritos y discursos.

Y no se puede olvidar a Carlos Holguín, el fino político conservador, que consigue en España las mayores ventajas para nuestro país en el laudo fronterizo. Gran amigo de Núñez, al que le consigue refugio en la residencia presidencial, en el gobierno de su tío Manuel María Mallarino, cuando el político cartagenero era amenazado de muerte por los radicales extremos.

Holguín deja en Colombia la orden a sus copartidarios de seguir a Núñez a todo trance, incluso cuando parezca que los abandona, pues en ocasiones se nueve como en zigzag, pero nunca olvida su norte. Holguín entiende que la suerte de la República pendía de la capacidad del gran hombre de catalizar elementos de diversa tendencia en un nuevo ámbito político, el cual se conocerá como la Regeneración.

Núñez, que había estado en Curazao para tratar sus dolencias, deja que otro gobierne por él, con lo que algunos señalan que está muy enfermo y otros aducen que no le interesa el poder. Fuera de los que dicen en Bogotá que en Cartagena se rumora que murió. Son muchas las consejas, hasta que, en 1881, llega con buen semblante y ánimo optimista de nuevo a la capital.

Imperio de la ley

Su discurso ese año es de orden, se muestra contrario a la anarquía y señala las grandes metas que, rescatado el imperio de la ley, debe cumplir el país para salir del atraso y el belicismo funesto. Lo más sugestivo es que Núñez, quien observa el estado de decrepitud de la República y rechaza la forma como se desangra la población en las luchas estériles de los caudillos barbaros, cree en la ley, cree que puede rescatar el orden y que conseguirá movilizar a la mayoría de colombianos en una política de Regeneración colectiva, para superar la anarquía, la violencia, el sectarismo enfermizo y disolvente de los radicales.

Ya en vigencia de esa Constitución se reconoce en el Congreso en 1881 que “la enfermedad endémica y crónica que ha venido sufriendo el país, las revoluciones injustificables a mano armada, el rudo ataque dado a la propiedad, y el mal empleo de la autoridad en ciertos casos, han arredrado a los empresarios de la común labor económica, han hecho alejar u ocultar los capitales, aniquilado la industria, empobrecido el pueblo y menoscabado el buen nombre de la República; ha llegado el mal hasta el extremo de que se haya creado justificable el camino de la dictadura como el medio de obtener el orden y la paz”.

“Sería puerilidad, hablando con vos, el llamaros la atención hacia el interés que reclaman de vuestra parte la instrucción, el fomento de la industria y las mejoras materiales. Pero me tomo la libertad de haceros presente la premiosa necesidad que tenemos de acortar la distancia de la capital de la Unión a la del Istmo de Panamá, punto a donde se dirigen hoy las miradas del mundo y a donde afluirán, dentro de pocos años, hijos de todas las naciones, por razón del Canal interoceánico. La acción del Poder Ejecutivo que parte del Capitolio a esa región privilegiada de nuestro territorio, llega hoy debilitada por el tiempo. Se hace, pues, indispensable un ferrocarril que facilite la comunicación entre el río Magdalena y la capital de la Unión, en cuya empresa vuestro antecesor ha dado algunos pasos. Creo, sin duda, que vos comprendéis, en toda su extensión”. Estos apartes de un colega del Congreso indican que pese al caos reinante había conciencia en los distintos bandos políticos de la inmensa responsabilidad que tenían. La que no se cumplía por el caos de las frecuentes revueltas, disputas regionales y la falta de recursos, con la economía semiparalizada.

La Carta del 86

Rafael Núñez estaba por un gobierno nacional en el 81, que no consigue engendrar, puesto que su posición es débil, al tiempo que toma medidas sustanciales para mejorar la administración pública, así el peligro de guerra civil ronde por todas partes y lo amenacen de muerte en pasquines que se reparten frente al palacio presidencial. Mas en ese breve interregno presidencial logra hacer ver sus grandes dotes de estadista y de hombre superior, quizás el único capaz de sacar al país de la crisis y la disolución.

Será en 1884 cuando un Núñez genial y decidido estadista, con la precisión de un ajedrecista, consigue unir fuerzas de distinta índole en torno de su proyecto de regenerar a Colombia, así como el apoyo de elementos militares a la causa. Que conducirá al país a la reforma política de 1886.