Rafael Núñez fue un político de tiempo completo a lo largo de su extensa carrera burocrática, parlamentaria e ideológica. Apenas recién graduado como abogado, sale de Cartagena y llega con su título a Panamá, donde hace amistad con Obaldía, jefe político liberal del istmo, quien contribuye a facilitarle la inclusión en listas electorales para que salga al Senado en representación de ese Estado. Mantiene el famoso idilio con una familiar de Obaldía y se casa.
Por esos tiempos aparece Núñez en Bogotá haciendo la defensa de los intereses lugareños y de la Nación, precisamente, en contra del libre cambio, en famoso debate con Florentino González, que introduce este sistema en nuestro medio. El dirigente cartagenero advierte de los eventuales fatales resultados, sin poder derrotar al entonces secretario de Hacienda el general-presidente Tomás Cipriano de Mosquera, quien había dejado las toldas conservadoras, desde cuando Mariano Ospina vota por José Hilario López, escudado en el anatema: para que no asesinen al Congreso. En referencia a los artesanos, que amenazaban con puñales a los legisladores conservadores. Y otro día propone pasar la capital del país de Bogotá a Panamá.
Realismo político
Lo anterior no impide que con el tiempo acepte la vigencia del libre cambio imperante, así pretenda atemperar en algunos casos. Algunos tratadistas admiradores de Núñez niegan ese capítulo de su vida, cuando es evidente que, al colaborar con Obando o con Mosquera, debe aceptar ese modelo imperante en el país, que impulsa en especial el radicalismo con gran entusiasmo.
Estuvo en la directiva liberal con Manuel Murillo Toro, con el que se entendía en cuanto a la comunidad de objetivos. Otra cosa es la polémica sobre su participación en la aprobación de la confiscación de los bienes de ‘manos muertas’ a la Iglesia Católica. No está su firma allí. Lo que se sabe es que, en esos tiempos de persecución a la Iglesia, pasa por un trance de moda y de duda metódica, en particular de sus creencias religiosas. Sin abandonar del todo la fe en el Dios del que su madre le hablara con tanta devoción en su niñez. Como funcionario público al servicio del general Mosquera reparte indiferente los dineros de ‘manos muertas’ en el presupuesto nacional. Por entonces, se identifica con el general en su radicalismo. Manteniendo el desacuerdo con la tendencia de los radicales a seguir a rajatabla el modelo federalista de los Estados Unidos, al que le atribuían el secreto del crecimiento económico.
Núñez tiene muy claro que nuestro medio y circunstancias son muy distintos al norteamericano. Así que contra el particularismo regional defiende con ardor el sentido de comunidad y solidaridad nacional. Más adelante, cuando estuvo de secretario de Hacienda de Manuel María Mallarino, con evidente pragmatismo se mueve a favor del libre cambio vigente. Sobre este polémico asunto, Nicolás del Castillo Mathieu, cita al propio Núñez, quien dice: “Fui libre-cambista esa esa época, porque solo contaba 31 años y no había vivido en otro mundo que el estrecho de Colombia”. Y agrega Mathieu, el sano proteccionismo aduanero, a cuya sombra crece la industria, lo estableció en nuestra patria, un cuarto de siglo después el mismo Núñez.
Obsesión por el desarrollo
Lo que sí está claro es que en la medida que conoce la realidad económica nativa, se aparta de las tesis federalistas y, en un país de desarrollo regional desigual, promueve la unidad nacional para movilizar a Colombia hacia el desarrollo.
Es evidente que Núñez se mueve con el realismo imperante en la política radical, lo que no quiere decir que comulgue a plenitud con esa doctrina que más bien acepta con cierto escepticismo, para poder desempeñar los altos cargos que obtuvo en esos gobiernos. Algunos autores, como el mismo Del Castillo, buscan en las poesías de Núñez los desahogos de su inquieta personalidad, donde desborda en dudas y escepticismo que explican en parte sus contradicciones políticas en tiempos de transición.
Lo cierto es que hastiado de la política radical y de los excesos demagógicos consagrados en la Constitución del 63, abandona la Convención de Rionegro y se marcha del país, donde el contacto con Estados Unidos, Francia e Inglaterra modifica la visión del mundo y se confirma en la necesidad de cambiar el rumbo de Colombia y luchar por la unidad nacional, la libertad y el orden.
El cambio que se produce en su mentalidad al impacto de nuevas vivencias políticas se trasluce en los numerosos escritos que envía desde el exterior. Se preocupa por elevar la cultura nacional y desterrar el fanatismo disolvente y anárquico en política, que parece ser el mayor incentivo a la violencia recurrente. Y en Inglaterra lo obsesiona el ideal del orden. Quiere una democracia ordenada, clave para el desarrollo. Desde entonces entiende que es preciso modificar radicalmente el modelo constitucional nuestro.
Si Núñez hubiese sido un oportunista y no un notable estadista, habría seguido actuando con los radicales y liberales. Precisamente, su voluntad de consagrar el orden y el imperio de la ley lo llevan a buscar un entendimiento con los conservadores que llevan más de dos décadas fuera del poder. Esto se va a dar paulatinamente y en ese aspecto juega un papel definitivo Carlos Holguín, jefe político del mismo y cuñado del ultracatólico Don Miguel Antonio Caro, que sin haber ocupado ningún cargo público ejerce un dominio intelectual con sus escritos y directrices entre los conservadores.
Núñez llega a la conclusión de que a Colombia le falta el sano elemento conservador para moderar la política y defender mejor el interés nacional. Considera que lo contrario es dejar que un coche que carezca de frenos avance a velocidad hasta que se estrelle, como pasa con los gobiernos de nuestros demagogos criollos que suelen prometer ventura y desarrollo, llevando a los pueblos a la miseria y la frustración colectiva. Con esa honda convicción se produce la gran transformación intelectual de Núñez, que coincide con su regreso de Europa.
El campeón del orden
El Núñez que regresa al país es un estadista que con fría objetividad contempla el atraso, la violencia y el influjo de la demagogia radical que sume en la miseria al pueblo. Podría haber llegado de nuevo al poder aliado a los radicales, lo que le habría impedido hacer el cambio. Por lo mismo su insistencia en la alianza Carlos Holguín, quien comprende que sin la misma con el estadista cartagenero el conservatismo, por ahora, no volvería al poder. Retornar a la cordura a los demagogos colombianos es casi imposible, conseguir las mayorías para llegar al poder con su proyecto de Regeneración Catástrofe es la gran posibilidad que se le presenta a la opinión pública colombiana, que Núñez reduce en una consigna: “Regeneración o Catástrofe”. Y va a lograr lo imposible, persuadir a la mayoría de los colombianos de preferir la civilidad a la violencia, la reflexión a la demagogia, el orden contra el caos.