A diferencia de otros años en donde las redacciones de los periódicos así como los analistas, columnistas y editorialistas se devanan los sesos pensando quién fue el personaje más importante de esos últimos 365 días, en 2013 la escogencia parecería cantada: el papa Francisco.
¿Por qué? Se podría decir que las razones sobran. Por ejemplo, porque es el primer pontífice latinoamericano en la historia de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Nunca antes esta región, que hoy por hoy alberga a la mayor cantidad de feligreses de esta confesión religiosa, había tenido la oportunidad de que uno de los suyos ocupara el trono de San Pedro.
Pero también es Francisco el primer jesuita en llegar al trono del Vaticano, lo que, de entrada, removió los cimientos de una Iglesia que si bien venía dando muestras -desde Juan Pablo II- de estar en el sendero de superar viejas e históricas divisiones, nunca había evidenciado a tan alto nivel que las líneas diferenciales, tanto doctrinales como estructurales, ya eran cosa del pasado.
El cardenal Jorge Mario Bergoglio también es el personaje mundial porque elegido apenas el 13 de marzo, tras la intempestiva renuncia de Benedicto XVI, su imagen bonachona y carismática se ha globalizado de una manera sorprendente.
Los propios vaticanólogos admiten que este Papa se ha dado a conocer en un tiempo récord en todo el mundo no sólo entre sus fieles, sino que se ha vuelto referencia de los líderes musulmanes, budistas, hindús, ortodoxos y de otras religiones que ven en él un símbolo real y pragmático para concretar el llamado “diálogo ecuménico”.
Y lo más importante dentro de la rápida globalización de la imagen del Papa es que esa tarea la hizo sin acudir a grandes campañas publicitarias ni mediáticas, sino que ha sido su propio carisma y estilo el que ha calado de forma tan natural y amable entre la feligresía católica, que muchos ya prevén que su pontificado será tanto o más importante que el del polaco Juan Pablo II, hoy en las puertas de la canonización.
La pobreza como don
Pero si su origen y personalidad hacen del papa Francisco un personaje de primer orden a nivel mundial, sus actitudes y mensajes en estos escasos meses al frente del Vaticano terminan siendo aún más importantes y trascendentales.
Tras un papa que como Benedicto XVI se veía lejano de la feligresía y ortodoxo en sus costumbres y rituales, el cardenal argentino entró sentando fuertes e impactantes precedentes desde el mismo día en que el cónclave lo escogió. La imagen de un hombre de Dios humilde, sorprendido genuinamente e incluso temeroso del reto que caía sobre sus espaldas, a tal punto que desde la ventana papal pidió a todo el mundo rezar por él para que pudiera cumplir con este encargo, le dio un campanazo al mundo católico: habrá una nueva era, un cambio en la Iglesia.
Y ese espíritu renovador se confirmó aún más con el nombre que escogió para su pontificado: Francisco, en clara alusión a San Francisco de Asís, el fraile italiano símbolo de una Iglesia humilde, al servicio de los pobres, que ayuda más que exigir, que consuela más que imponer y que, por encima de todo, no deja que su estructura canónica la distancie del feligrés y de su misión pastoral.
Para muchos la imagen de este Papa humilde, alejado de los pomposos rituales vaticanistas, ajeno a los lujos y con el afán de enviar el mensaje de que la Iglesia está para servir y no para que le sirvan, implica ya de por sí una especie de mea culpa de una institución que se hizo tan grande y compleja que terminó distanciándola de su principal activo: el feligrés.
El renovador
Pero si Francisco impactó por su origen y carisma, y luego por la forma en que envió el mensaje de lo que debe ser la Iglesia, han sido sus primeras acciones concretas las que han terminado por evidenciarle al mundo que la sensación de una nueva era no se quedará en el papel, las simbologías y lo estético, sino que pasará a lo real; a la forma en que la institución se relaciona con el fiel; a buscar que éste también deje atrás las reservas que tiene frente a una estructura religiosa que si bien es ortodoxa en lo doctrinario, termina siendo lenta para dinamizar su discurso ante los nuevos tiempos…
Contrario a lo que muchos piensan -y no pocos críticos gratuitos-, Francisco no es un revolucionario de la doctrina. Todo lo contrario, se apega tanto a ella que considera que buena parte de la causa de tanta deserción y caída en el número de fieles se explica no porque los valores católicos se hayan desgastado, sino porque la Iglesia actual no es lo suficientemente eficaz en comunicarlos y valorizarlos.
Aunque sus pronunciamientos sobre los homosexuales, las parejas separadas, el rol de las monjas, por ejemplo, han sido impactantes, en materia doctrinaria no se ha movido un milímetro. Eso hay que dejarlo claro.
Y si queda alguna duda de esa postura basta mirar su primera y contundente encíclica -denominada “La alegría del Evangelio”-, en la que plantea pasar de un modelo de iglesia burocrática y doctrinaria a una "misionera", alegre, abierta a los laicos y a los jóvenes. Igual anunció que está dispuesto a cambiar el rol del pontificado, fomentar la toma de decisiones colegiales y, sobre todo, dar prioridad a los pobres, objetivo que continúa siendo la columna vertebral de todo su discurso evangelizador, en el que prima con fuerza la crítica a un sistema económico salvaje, injusto y deshumanizado, que genera vulneración de los derechos de los más débiles…
Y para aterrizar todo lo anterior, el Papa ha actuado rápido. Ya tiene una comisión de ocho cardenales trabajando en la reforma a la curia romana. También ordenó cambios de fondo en el manejo del Banco del Vaticano, blanco de muchos escándalos. Igual llamó a todos los sacerdotes a que sean sencillos, austeros y ajenos a lujos y derroches. Todo ello aunado a gestos y detalles en el día a día que evidencian su perfil humilde, vocación de servicio y su hoja de ruta programática para reformar la estructura de la organización católica pero inamovible en sus bases doctrinarias…
El Papa Francisco ha logrado marcar su impronta y dada su vitalidad y dinámica es claro que será el motor de la reforma en la religión con más fieles en el planeta. Todo ello en escasos nueve meses ¿Alguna duda de por qué es el personaje más importante del mundo y, obviamente para Colombia, en este 2013?