La violencia sigue presente en varias universidades públicas e incluso se ha normalizado. Se urgen acciones que surjan dentro de las casas de estudio y de la academia para romper el círculo de violencia y convertirlas en laboratorios de paz
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LAS AGITADAS tensiones en el sur del país por motivos de los bloqueos a la vía Panamericana y a las protestas de los indígenas se trasladaron a las aulas. El pasado miércoles fuertes disturbios llevaron a la muerte a una persona y a varios heridos dentro de la Universidad del Valle.
La situación no es nueva, desde la década de los 60 las universidades públicas han sido el escenario de protestas violentas. En ese contexto tenían una validez, la represión que llevaron en varios países los gobiernos militares y los escasos espacios de participación política o de garantías democráticas. En Colombia los gobiernos de Frente Nacional limitaron la participación política, algunos fueron represivos y todos aliados de Estados Unidos en el contexto de la Guerra Fría. Las universidades se volvieron el espacio del sentir del inconformismo, de la esperanza de un cambio y el acceso a las libertades políticas.
Llegaron los 90, en el mundo la caída del comunismo y el fin de la Guerra Fría trajeron un cambio en la región. La desmovilización de los grupos armados insurgentes y el acceso a la participación política. Sin embargo, las estructuras de protesta en las universidades públicas de Colombia no cambiaron. Se quedaron en la Guerra Fría. El que se ha denominado de una forma casi permisiva el “tropel” continuó.
Se van a cumplir 30 años de la caída del Muro de Berlín, el principal símbolo del fin de la Guerra Fría, y de forma recurrente y por cualquier motivo, cada mes, o más seguido y casi siempre los jueves en algunas universidades públicas, salen encapuchados a estallar elementos incendiarios, a quemar mobiliario urbano, a paralizar las vías y como ha ocurrido en los últimos tres años con saldos mortales de estudiantes o agitadores que ingresan a las universidades a provocar el caos.
Tienen razón la mayoría de estudiantes cuando afirman que las universidades públicas son solo noticia cuando ocurren estos hechos, que poco se habla de sus aportes al desarrollo del país, a la calidad, y que la mayoría sí llegan a formarse y buscan transformar su entorno, su sociedad. Pero también unos pocos agitadores, violentos, que se mantienen en el anonimato, controlan poder político al interior de varias universidades, y es una contradicción que la violencia, las armas y la amenaza, sean prácticas aceptadas en claustros y centros educativos.
Se debe trabajar desde los cuadros directivos, los líderes estudiantiles y la comunidad educativa en general en erradicar la violencia y el vandalismo de las universidades. Enfrentarlo, denunciarlo, promover formas inteligentes de movilización, de protesta, de accionar político. Hay que trabajar porque la imagen de la universidad pública sea distinta a la de la violencia, la radicalización o la ausencia de diversidad política y de ideas. El debate en el que han estado varios rectores de universidades la semana pasada, indica que autonomía universitaria no es igual a extraterritorialidad.
Tampoco se puede permitir que personas que no pertenecen a las universidades, ingresen a ellas a expender drogar, a elaborar materiales explosivos, a conformar mafias y redes de extorsión, eso tiene que cambiar. Es un camino largo, porque en 30 años poco se ha avanzado, pero cada tragedia como la que ocurrió el miércoles en la Universidad del Valle o hace dos años en la Universidad Pedagógica, son la oportunidad para reflexionar al respecto y plantear alternativas diferentes a la violencia como mecanismo de movilización.
@hurtadobeltran *Especialista en educación. El contenido de este artículo es responsabilidad exclusiva del autor.