El general Pablo Morillo, desde que logró tomar Cartagena, mantuvo en vilo y, después, en un puño, a la Nueva Granada y Venezuela, así como abrió la posibilidad de recibir ayuda de Quito y el Perú, como de la Península en ese y otros puertos. Lo que en su momento determina a Bolívar, desde el exilio, mediante sus contactos internacionales y esfuerzos diplomáticos, a obtener apoyo en el exterior, por lo menos la neutralidad de las potencias. Alexandre Pétion, con su ayuda providencial lo salva. Entretanto consigue traer y seducir o contratar a cuantos puedan servir a su causa, como los veteranos ingleses de la guerra contra Napoleón.
No es de sorprender que después de las desavenencias por la insubordinación de Castillo y Santander en Cúcuta, cuando este publica en el Correo del Orinoco, que dirige su amigo Zea, un artículo reconociendo el gran aporte a la causa de la libertad de los venezolanos, consiga que Bolívar lo reciba, así sea con frialdad, y, finalmente, le ordene organizar una fuerza militar granadina. No es de censurar a Santander por eso, pues la ductilidad es propia del político de talento, más cuando se es un general de pluma, como recuerda Baralt, que tiene una causa grande por delante. Por esos tiempos previos al cruce de la cordillera por las milicias de Bolívar, la proporción de granadinos en el ejército es de un 37%, según las cuentas extractadas de documentos oficiales. Si bien el grueso de las milicias llaneras no reconoce las fronteras y se mueven por ambos lados, casi que, sin Dios ni ley, y todos son hijos del Imperio Español.
En el ánimo de Bolívar, en medio de la dura confrontación en Venezuela, influye la opinión del padre Blanco, al que encomienda realizar una labor de espionaje por la Nueva Granada, para lo que se disfraza y viaja con documentos falsos, aconsejando después que no se siga la campaña contra Caracas, dado que Venezuela está exhausta y ganar la guerra apenas servirá para gobernar un gran cementerio que deja la guerra a muerte, social y de liberación. Liberar la Nueva Granada facilita el sueño de Bolívar de libertar con recursos frescos Venezuela y, posteriormente, el sur de Hispanoamérica.
La Nueva Granada, que inicialmente se había mostrado indiferente en las bases a la guerra de independencia y en algunas zonas populares favorable a la monarquía por efecto de la “pacificación” y los consiguientes fusilamientos de unos cuantos notables, se torna hostil al antiguo régimen. Sin llegar a las pasiones desatadas en Venezuela por la guerra racial y social, que no se repiten aquí, por falta de ganas y por cuanto el odio entre negros y blancos, entre propietarios y esclavos, como prendió entre venezolanos y peninsulares, azuzados por Boves, no encuentra clima propicio. Morillo, comprendió, que sin apoyo popular su predominio se vería frustrado, a menos que le llegará una gran ayuda militar, que el rey Fernando VII no consigue conformar.
Estudios posteriores muestran que el gobierno español no hizo los esfuerzos necesarios para recuperar el predominio en América, así como desatendió y anuló los intentos por armonizar la política española con una cierta democratización en nuestra región, que se habían proyectado en las Cortes de Cádiz de 1810. Las fuerzas de Morillo, reducidas a unos 3.000 peninsulares, como a unas cuantas regiones favorables a la corona como Pasto, sin un positivo apoyo popular americano a la larga no parecían tener futuro. Apenas en Perú el potencial realista y los recursos económicos permitían vislumbrar la continuidad con dificultades del antiguo régimen.
Ambos soldados, solo uno político
Los esfuerzos de Bolívar por convertirse en jefe indiscutido de los caudillos llaneros, a los que les demuestra sus dotes de jefe y estratega, más allá de la fuerza bruta le permiten librar la campaña en Valenzuela y desviar el curso de la guerra de manera sorpresiva a la Nueva Granada, dado que cruzar la cordillera andina en tiempos de invierno y en algunas zonas a 4.000 metros de altura, resultaba casi que impensable con un ejército desarropado y hambriento conformado por llaneros y legionarios ingleses. Es esa combinación de indómitos lleneros y de disciplinados y valientes oficiales ingleses que conforma Bolívar, la que, con los criollos a su mando, le permitirá forjar un ejército imbatible hasta dar al traste con el Imperio Español en América, algo que había soñado en el manifiesto de Cartagena.
En esta parte de su gesta, el caudillo al que lo preceden varias trágicas derrotas y más de 100 batallas victoriosas, no se requiere de historiadores fríos, sino de escritores brillantes con alma de poetas que puedan trasmitir a la posteridad la hazaña y el temple de esos héroes que se jugaron con el general Bolívar la vida por la libertad o por la aventura. Sin olvidar que los hombres del general Morillo eran de la misma casta de los héroes americanos y en cientos de combates rivalizan en valor.
Bolívar y Morillo son excelentes soldados, más no se debe olvidar que como lo destaca Carl von Clausevitz, la guerra es la continuación de la política por otros medios. Y ahí es donde está la diferencia, pues mientras Bolívar es un político y estadista universal, su contendor es un oficial riguroso hasta el sacrificio, que no trasciende lo político y no logra convencer a las autoridades españolas de modificar sus equivocas directrices en Hispanoamérica. Un cierto agotamiento espiritual se posa sobre España en medio de la charca de sangre que deja la guerra de liberación contra Napoleón, que, al mismo tiempo, les impide sentir pasión por una guerra de conquista que ya no se siente en Hispanoamérica.
La hazaña en el Nuevo Mundo la hicieron improvisados soldados y buscadores de fortuna que ni siquiera eran conquistadores, como se les denomina en la historia, sino colonos y aventureros que se apoyaban en la espada o licenciados como Don Gonzalo Jiménez de Quezada, que se amarga en el fracaso de la búsqueda de Eldorado. Los españoles que vinieron restaurar el Imperio Español en América no eran en su mayoría nobles. A la inversa de criollos como Bolívar, Sucre, Urdaneta, Nariño o el Marqués de Toro, que juegan sus vidas por la libertad y descendían de antiguos conquistadores y funcionarios al servicio de la corona o de terratenientes prósperos. En tanto los becarios del San Bartolomé, protegidos de la corona y el clero, como Santander, Azuero y Márquez, encuentran la ocasión de sobresalir por su esfuerzo y conocimientos.