El discurso de Donald Trump al cierre de la Convención Republicana pareció una copia mal interpretada de las palabras que Richard Nixon presentó durante la reunión partidista en 1968. El candidato, como su esposa, usó palabras que al final lo dejaron en evidencia: copió, celebró y sonrió con ellas pero terminó dándole vitrina al fallecido expresidente, como Melania se la dio a Michelle Obama.
Pese a su narcisismo, Trump mostró que tiene una debilidad en la política. Desaforadamente critica todo lo que tenga que ver con ella, pero el jueves en la noche se alimentó de sus personajes y lemas. Su mentor fue Nixon y su lema también fue de él, como se pudo ver cuando en la Convención citó la conocida frase del expresidente conservador: “Ley y Orden”.
Aunque Trump no es Nixon, como dice Rick Perlstein, autor del libro Nixonland en su artículo para la revista conservadora, The New Republic. Por la solidez de sus argumentos, Nixon era apoyado ciegamente por sus seguidores o metía miedo por su militarismo, sobre todo cuando hacía campaña para la presidencia de Estados Unidos en 1970.
En cambio, Trump es vago conceptualmente. Dice verdades a medias, aunque trata de ser certero como Nixon. No es que no convenza, ya quedó demostrado su poderío como candidato, sino que cada propuesta que presenta está llena de generalidades que demuestran su desconocimiento sobre la política local y exterior.
Donald, el “nixoniano”
En la Convención Trump dejó claro su lado “nixoniano”. Antes de que comenzara el encuentro republicano su portavoz, Paul Manafort, contó que la estrategia del candidato iba ser la misma de Nixon en 1968, hablando de un ambiente de zozobra, odio y miedo en Estados Unidos por encima de la unidad que rescatan otros aspirantes como Hillary Clinton.
El oscuro ambiente que planteó Trump se da por la escalada de crímenes de odio racial los últimos años, tratando de equiparar lo que sucede hoy con lo que pasaba en Estados Unidos en la década de los setenta. El miedo sirve de potencializador de su campaña para que sus seguidores lo vean como él quiere: como un “salvador”.
Nixon, por el contrario, siempre dijo: “no prometo eliminar toda amenaza de guerra en el espacio de cuatro años", mientras que Trump manifestó: “a partir del 20 de enero de 2017, se restaurará la seguridad”, mostrando que se comió el cuento aquel que decir mentiras es hablar como “político”; en su lógica es más político que cualquiera, entonces.
Pero la realidad es que la tasa de homicidios y la percepción de seguridad en Estados Unidos en la actualidad son mejores que cuando Nixon hacía campaña. Por ese motivo llama la atención que su discurso del jueves haya sido enfocado en la seguridad nacional, pintando un ambiente de miedo; si se entiende que hable primordialmente de la seguridad internacional por el yihadismo y Siria.
Según el FBI, en 1968 cuando Nixon hacía campaña, la tasa de homicidios era de 595.010 ese año, con un estimado de 11 homicidios por cada 100.000 habitantes. Hoy es de cuatro y medio, demostrando una baja considerable. Adicionalmente, los norteamericanos no están muy preocupados por el crimen. En una encuesta de Gallup sólo el “3% ve la criminalidad como el principal problema del país frente al 18% que priorizan la economía y el 8% el desempleo”, de acuerdo a The New Republic,
Entonces: ¿Por qué Trump en sus discursos habla tanto de crimen? Porque le da espacio de acción. Sin citar el crimen no podría hablar de inmigración, racismo, relaciones exteriores, uso de armas y política republicana, como dice Rick Perlstein.
Ante sus argumentos, que pierden toda validez cuando se enfrentan a la unanimidad de las cifras, no le queda otra que acudir al miedo, una herramienta que él usa muy bien. Miedo a que los migrantes no cumplan las leyes; miedo a que el movimiento “Blacks Matter crezca y se convierta en un movimiento armado; miedo al desorden internacional -todas hipótesis-.
Esa política del miedo lo hace fuerte e indestructible, así fue como, peón por peón, cayeron sus rivales republicanos que hablaban de especulación económica y un mal servicio de salud. Trump convenció a sus electores que esos temas no eran tan importantes como recuperar la “Ley y el Orden”, frase de Nixon, que la administración Obama había perdido.
La extensión del muro en la frontera con México es un ejemplo de ello. Propuso ese proyecto para poner el dedo sobre un enemigo interno: los inmigrantes latinos. Así persistió en ese propósito y hoy sigue hablando de lo mismo porque sus electores, aquellos que masivamente acudieron a la convención de Cleveland, creen que el peor mal que existe en Estados Unidos son los inmigrantes latinos, pese a que múltiples estudios señalan que éstos son un elemento esencial de la economía norteamericana.
“Tengo un mensaje para todos ustedes: el crimen y la violencia que hoy aflige a nuestro país pronto -y me refiero pronto- llegará a su fin”, dijo en el magnate en la Convención y añadió: “el deber más básico del gobierno es defender la vida de sus propios ciudadanos. Cualquier gobierno que no lo hace es un gobierno indigno de dirigir”, señalando que él es el único, digno, de eliminar la criminalidad.
Pero el miedo de Trump no sólo es local, también tiene sus alas internacionales y da temor por la inestabilidad que puede generar si llega a ser presidente. En entrevista a The New York Times el magnate anunció que no se siente obligado a defender los países de la Otan en caso de que se presente una invasión rusa, no porque le caiga bien Vladimir Putin, sino porque los países miembros de la organización no están al día con los pagos, un argumento poco sólido.
Trump vive, representa y causa miedo. Su política se nutre de él y sus temerosos opositores no dejan de pensar en su eventual presidencia. Se da el lujo de seguir al pie de la letra a Nixon, de cantar Queen pese a que sus integrantes han dicho que no quieren que lo haga, de decir cuanta cosa se le pasa por su mente contra mujeres, latinos. Pero ahora es el candidato del Partido Republicano, por eso dice lo que quiere. Lo apoyan.