Ola Sigvardsson, defensor del lector, explica que para llegar a esos niveles de transparencia es necesaria la libertad de prensa y el acceso a la información
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En Suecia, usted, un ciudadano común, una mañana en la que se encuentre preso del aburrimiento o de la curiosidad, puede visitar cualquier autoridad, local o nacional, presentarse en la recepción y pedirle al funcionario de turno que, por ejemplo, le permita ver los servicios públicos del mes pasado: agua, teléfono, luz. Le dirán que sí, lo harán esperar unos minutos, tras los cuales el funcionario volverá con unas carpetas que adentro contendrán los solicitados recibos.
En Suecia prácticamente todo está disponible, desde los recibos hasta los correos electrónicos de su primer ministro, Stefan Löfven, los cuales estarán a su disposición si se anima a pasar por su oficina en Estocolmo.
Pero, ¿cómo una sociedad puede llegar a este nivel de transparencia?, ¿Por qué mientras unos pueblos se hunden en sus secretos y en sus escándalos de corrupción otros se comportan como un libro abierto?, ¿Tiene que ver con la geografía, con el clima, con otras formas de ver la vida?
Ola Sigvardsson, el ómbudsman de prensa o defensor del lector de Suecia, tiene otra explicación. Para él, “la gente siempre será gente donde sea que usted la encuentre. La diferencia es que en Suecia existe una herramienta efectiva para controlar la corrupción y es la libertad de prensa, libertad de acceso y transparencia”.
Él está convencido de que es ese sistema y no el clima, ni la geografía, ni otras formas de ver la vida, el que ha permitido que Suecia siempre esté en los primeros puestos de los países con menos corrupción, de acuerdo con Transparencia Internacional.
Así lo explicó Sigvardsson durante una conferencia que dio en Medellín, Colombia, en el marco del Festival Gabo, y así lo reiteró en una posterior entrevista con la Agencia Anadolu. Según dice, “de vez en cuando también hay escándalos de corrupción en Suecia, pero son revelados precisamente debido a la libertad que tenemos para publicar”. Su país no es utópico ni salido de otro mundo, solo que a lo largo de su historia logró llegar a una premisa bastante simple, aunque difícil de aplicar, y es que a mayor libertad de prensa, menor corrupción.
“Ese tipo de apertura en una sociedad –añade Sigvardsson– crea la sensación de seguridad para todos los habitantes de nuestro país, la seguridad de que las cosas no son escondidas, o de que muy pocas quedan ocultas. Así que es bueno para luchar contra la corrupción, pero también es bueno para crear una bonita sociedad en la cual vivir”.
Claro que de nada serviría tener acceso a prácticamente cualquier información si no hubiera periodistas que la buscan, que preguntan, y que luego escriben en periódicos que llegan a manos de lectores, que toman decisiones con base en esos textos y le dan así un cierre a esta cadena perfecta.
Ola recuerda que cuando trabajaba como reportero en los años 70, iba a diario a las oficinas de las autoridades locales para revisar su correspondencia. “Decíamos: esto es interesante, saquemos una copia de esto, y escribíamos un artículo (…) Pero creo que es cada vez menos frecuente actualmente. Ahora los medios son más dependientes de que la gente los llame y les diga: Ah, miren esto”. Incluso asegura que antes la presión sobre las autoridades “solía ser mayor”, no porque ahora los periodistas sean menos curiosos –aclara–, sino porque son cada vez menos.
Este círculo informativo fluye porque en un país con cerca de 10 millones de habitantes existen unos 150 periódicos. La mayoría de los suecos están suscritos a al menos uno de ellos, y aunque muchos ahora leen a través de la Web, la mayoría sigue acompañando sus mañanas de un periódico y un café, según cuenta Ola.
Pero no todo siempre fue ideal y ordenado en Suecia. Hubo una época de guerras, conspiraciones y escándalos de corrupción en los que también reinó la anarquía y la división. Fue durante el reinado de Gustavo III, en la segunda mitad del siglo XVIII, quien a toda costa buscaba la expansión del reino y el restablecimiento del poder absoluto.
Las cosas no salieron según sus planes y, justo en un momento en que los ideales de la ilustración francesa estaban ‘a la mode’, durante una fiesta de máscaras en la Ópera de Estocolmo cinco hombres vestidos de negro lo rodearon y le dispararon. Gustavo III habría de morir días después, el 29 de marzo de 1792, fallecimiento que pondría fin al poder monárquico en su país.
Se podría decir que en ese momento nació la democracia en Suecia. “La historia moderna comenzó de muchas maneras en Europa en la segunda mitad del siglo XVIII –explica Ola—, y nosotros fuimos afortunados. Hubo un movimiento a favor de la democracia muy fuerte y tuvimos la oportunidad de formar una nueva sociedad. Todavía tenemos reyes, pero ellos no tienen ningún poder”.
La democracia surgió de la mano de los periódicos. Para ese entonces en Suecia ya existía el ‘Post- och Inrikes Tidningar’, fundado en 1645 y en el que se publicaban anuncios gubernamentales tales como bancarrotas o embargos. De acuerdo con la Asociación Mundial de Periódicos, se trata del diario más antiguo del mundo, el cual hoy, 374 años después, sigue existiendo, aunque en enero de 2007 pasó a publicarse exclusivamente en Internet.
Desde entonces, Suecia ha sido un referente del periodismo global. A lo largo del siglo XVIII y XIX surgieron muchos otros periódicos en ese país, la mayoría de los cuales sobreviven hasta nuestros días. No es de extrañar que fuera justo allí, a finales del siglo XX, que se inventara un nuevo modelo de periódico: uno gratuito, de tamaño pequeño, que se le repartiera a la gente en las calles. El dinero que no pagaban los lectores sería compensado por la publicidad. Así, en febrero de 1995, comenzó a entregarse el diario Metro, en el metro de Estocolmo, del que toma su nombre, modelo que ha sido replicado en cientos de ciudades del mundo.
Otro hito de la prensa sueca: en 1916 crearon el primer Consejo de Prensa del mundo. Se trataba de una especie de asociación que buscaba promover el ejercicio del buen periodismo. Ante el riesgo de cualquier interferencia, buscaba que fueran los mismos medios, y no nadie externo –ni el Estado ni el Parlamento- quienes regularan sus contenidos, la calidad de su labor y sus límites éticos.
Hoy existen consejos de prensa en cerca de 90 países en todo el mundo inspirados en este sistema, algunos de ellos totalmente independientes, como el sueco, que es financiado por los mismos medios, los cuales hacen aportes fijos y pagan multas esporádicas en caso de cometer errores en sus publicaciones. Otros están vinculados con el Estado, especialmente en Asia y África, ya que aún no se ha implementado este modelo en ningún país latinoamericano. Para Sigvardsson, esta relación con el Estado no es positiva, pero entiende que cada país debe construir un sistema ético de prensa de acuerdo con sus circunstancias. “Entiendo que su situación es distinta”, asegura.
En 1969 se decidió fortalecer este consejo mediante la figura del Ómbudsman —palabra de invención sueca— de la prensa, una figura que sería la encargada de investigar los casos y atender las quejas de personas que denunciaban tratos injustos por parte de la prensa, porque en un país con tanta libertad de acceso a la información debía haber un garante de los derechos individuales.
Desde hace ocho años Ola ejerce este cargo y su labor es determinar si un reclamo debe llevarse ante el Consejo de Prensa, que será el encargado de emitir sentencias en las que se determine la manera en la que los medios deben reparar los daños causados. Es una especie de fiscal mientras que el Consejo vendría a ejercer las funciones de una corte.
A diferencia de cuando era periodista o editor en jefe, ahora su principal cuestión no es la verdad. “Nosotros nos encargamos de los daños que un artículo le ha hecho a un individuo, y no nos interesa la verdad, puesto que no nos interesa la culpa. Nos interesa el daño”. Así, si un periódico citó a alguien de manera incorrecta o fuera de contexto, él será el mediador para que esa persona sea reparada, para que luego pueda mostrarle la rectificación a su madre, a sus amigos, a sus colegas, y decirles: No, esto no fue así.