Ahora, a mediados de enero de 2020, se ha dado a conocer la noticia de que al menos unas 800 personas, saliendo de Honduras, tratan de llegar a Estados Unidos. Como ocurre con muchos fenómenos sociales, si sólo nos dejamos llevar por la lógica jurídica, no hay nada que discutir: los que tengan los papeles en orden pueden avanzar por Guatemala, México y solicitar su ingreso legal en la potencia del norte.
Sin embargo, sí deseamos identificar las raíces de estos fenómenos, si aceptamos que los mismos son síntomas de factores que vienen actuando desde hace tiempo, debemos reconocer las causalidades que los motivan.
Las personas de estas caravanas por lo general huyen de las condiciones de violencia y falta de oportunidades en sus países. Buscan las alternativas de vida de las que carecen, las buscan en las naciones más desarrolladas. Lo que desean es tener oportunidades de ingresos para ellos y para sus familias. Y algo más, ingresos que les permitan también contribuir con los familiares que han quedado atrás.
Véase en este último sentido, por ejemplo, cómo las remesas constituyen la variable que explica la estabilidad de la economía guatemalteca. Son las remesas familiares las que permiten obtener las divisas esenciales en este país centroamericano, que, por otra parte, exporta café, banano, azúcar. Un país que no tiene ahora en su portafolio de ventas al exterior, muchos de los productos industriales que vendía en especial en Centroamérica. Aunque también es bueno recordar que en Guatemala existe -un fenómeno muy extendido en Latinoamérica- fuga de capitales hacia otras naciones.
En todo caso, el punto a subrayar es que las familias que logran obtener en otras naciones, las oportunidades de vida a las que no pueden tener acceso en sus países se convierten en un factor muy importante para el crecimiento, la estabilidad y el desarrollo económico en sus latitudes de origen. La exportación de mano de obra también resulta favorable para naciones por lo general pequeñas y de escaso desarrollo social.
Esa carencia de oportunidades ocurre en muchas sociedades disfuncionales. Véase cómo Honduras, junto a Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Venezuela, Haití, y hasta cierto punto Guyana y Bolivia, conforman el grupo de países menos funcionales en Latinoamérica. En contraste con países más funcionales como Uruguay, Costa Rica, Trinidad y Tobago, y con todas las reservas que implica, Chile y Argentina.
La disfuncionalidad social es resultado de varias y complejas causas. Sucede una situación análoga con la pobreza, es el resultado de un problema complicado. No es uni-factorial como se desearía ver. De allí que las soluciones no sean ni simples ni rápidas, si lo que se desea tener son soluciones sostenibles, es decir estables, perdurables.
De conformidad con los planteamientos de los profesores de la Universidad de Harvard Daron Acemoglu y James A. Robinson, en su obra “¿Por qué Fracasan los Países?” (2012) un componente -a su vez convergente de otras causas- es la existencia de instituciones excluyentes, extractivas, tanto en lo económico como en lo político.
En lugar de tener instituciones y mecanismos tanto económicos como políticos que sean incluyentes, que permitan incorporar el esfuerzo de la sociedad en el crecimiento y el desarrollo, las condiciones de muchos países excluyen a esa población y la mantienen en condiciones de marginalidad.
Las demandas reales que presentan grupos sociales -necesidad de satisfactores para los requerimientos psico-bio-físicos- no se traducen en demandas efectivas en los sistemas de vida de las naciones. Allí están para atestiguarlo, las cifras de subempleo, de pobreza, de indigencia. Esto es en lo económico.
En lo social y político también existe exclusión. No hay opciones o alternativas en la conducción de los países. Es decir, alternativas de fondo. Los grupos de mayor presión conservan sus poderes en escenarios que limitan la generación de inclusión política más allá de la preservación de condiciones de vida que tienden a perpetuar las marginalidades. De allí que los comicios de estas repúblicas sean más acentuadamente, concursos de popularidad.
A esto, desde luego, se unen las carencias educativas generalizadas; un factor que se hace vital en continuar con los círculos viciosos de subdesarrollo: carencia de capacidades, falta de oportunidades que marcan la pobreza, se traducen en baja producción, baja productividad, escasa integración social, redundando esto, en mayor marginalidad y pobreza.
Y sí, por otro lado, tiende a existir mayor presión demográfica en los sectores con menos ingresos. De nuevo, el problema tiene varias causas, es complejo. Pero actúa allí -entre otros componentes- la carencia de instituciones de seguridad social, de protección social. Esto es clave. La presencia de instituciones del Estado es débil. Hay pocos recursos para ellas, y lo poco que hay se roba, y también existe falta de ejecución de presupuestos.
Son los casos de círculos de causalidad acumulativa, de los que hablaba Gunnar Myrdal (1898-1987) Premio Nobel de Economía en 1974. Véase la vigencia de sus planteamientos, en obras como, “Elementos Políticos en la Teoría del Desarrollo Económico” (1972), “Teoría Económica y Regiones Subdesarrolladas” (1967) y “Los Desafíos de la Pobreza Mundial” (1972).
Las votaciones y cambios de gobierno a partir de estas consideraciones de exclusión y carencia de alternativas se convierten en ejercicios electorales sin mayores esperanzas. Anecdotarios para las revistas “del corazón”. Se tiene la perspectiva que continuarán prevaleciendo la corrupción e impunidad. Me lo dice un taxista en Ciudad de Guatemala, al preguntarle si el nuevo gobierno, recién instalado, puede traer alguna esperanza: “Esperanzas para nada señor. Ahora lo que ocurre es que cambiamos de ladrones”.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario.
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