El presidente chino Xi Jinping llegó el martes a Filipinas para su primera visita de Estado a un país tradicionalmente aliado de Estados Unidos pero que se acercó a Pekín, en un contexto de lucha de influencias en Asia entre las dos primeras economías mundiales.
Poco después de su llegada al poder, en 2016, el presidente filipino Rodrigo Duterte anunció su "separación" de Estados Unidos, juzgando que el archipiélago —colonia estadounidense hasta 1946— se había beneficiado poco de esta alianza.
Ahora pretende desarrollar relaciones con Pekín y obtener, de paso, miles de millones de dólares en inversiones en su país.
Antes de la llegada del presidente al aeropuerto de Manila, centenares de manifestantes se reunieron frente a la embajada china para denunciar el acercamiento de ambos países.
"Filipinas no se vende", gritaban los manifestantes. Algunos llevaban pancartas donde se podía leer "China fuera de las aguas Filipinas", en referencia a las aguas en disputa del mar de China Meridional.
Manila espera que esta visita de dos días, la primera de un presidente chino en 13 años, sirva para concretizar las inversiones en grandes proyectos de infraestructuras prometidos durante una visita a China del presidente filipino, hace un año.
Duterte también se diferenció de su predecesor, Benino Aquino, ignorando un fallo de la Corte permanente de arbitraje de La Haya que declaraba ilegales las reivindicaciones de Pekín de la casi totalidad del mar de China Meridional.
Otros países del sureste asiático, y en particular Filipinas, tienen reivindicaciones en este mar, rico en hidrocarburos y por el que transitan 4.500 millones de euros de mercancías al año.
Sin embargo, las relaciones con Estados Unidos se reforzaron desde la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump, que miró hacia otro lado e ignoró las críticas contra la campaña de represión antidroga perpetrada por el presidente filipino.
Duterte había tildado de "hijo de puta" al expresidente estadounidense Barack Obama porque éste criticó las políticas del dirigente filipino, que han dejado miles de muertos.
China prometió a Manila 24.000 millones de dólares en donaciones y préstamos, si bien de momento solo han llegado una ínfima parte al archipiélago.
Los opositores de Duterte afirman que el presidente fue engañado. Otros denuncian la "trampa del endeudamiento", citando como ejemplo la política china de préstamos en los países en desarrollo.
Para el analista filipino Richard Heydarian, las promesas chinas convencieron a Manila de "pisar suavemente el pedal" en relación al mar de China.
"Sabemos que hubo cálculos geopolíticos", dijo a la AFP. "¿Qué interés tiene para ellos darse prisa si Duterte les da todo lo que quieren?"
El ministro de Presupuesto, Benjamin Diokno, explicó no obstante que los retrasos se debían en parte al desconocimiento de los chinos de los procedimientos de licitación, pero deseó que las cosas se aceleren.
Según Gregory Wyatt, analista de PSA Philippines Consultancy, los grandes proyectos se enfrentan también a problemas de regulación y disensión política.
"La inversión extranjera llegó", en particular en los juegos de azar en internet, en el sector inmobiliario y en negocios ya existentes, "pero no en los préstamos para infraestructura", dijo.
Las inversiones chinas en el archipiélago casi se quintuplicaron en el primer semestre, tras un aumento del 67% en 2017, apuntó el mes pasado en Manila el ministro chino de Relaciones Exteriores, Wang Yi.