América Latina es la región más polarizada del mundo. ¿Por qué? | El Nuevo Siglo
EN VEZ de morigerar el discurso, las clases dirigentes se han dedicado a alimentar narrativas que dividen la sociedad entre unos y otros, olvidando su papel de invitar a la unión y el consenso, como solían hacer antes. / FotoStar.se
Viernes, 19 de Abril de 2024
Pablo Uribe Ruan*

A comienzos de este siglo, América Latina era la segunda región menos polarizada del mundo. Una persona de izquierda en Chile normalmente podía coincidir con un elector de centro-derecha en algunos principios básicos. El consenso, con pocas excepciones como Venezuela o Argentina, primaba por encima de la crispación política.

En 2015, de pronto, la polarización se tomó la región. Las familias, las universidades, las oficinas y los congresos entraron en un periodo en el que se intensificaron las diferencias y la posibilidad de encontrar puntos en común empezó a disolverse. Un brasileño opositor a Dilma Rousseff encontró imposible sentarse con un elector del Partido de los Trabajadores, y viceversa. En el Congreso argentino, el oficialismo liderado por Mauricio Macri vio imposible concertar su plan de gradualismo reformista con las bases kirchneristas. Casi que en dos partes idénticas, Colombia se dividía por los Acuerdos de Paz de La Habana con las Farc. Y así en todo lado.

“A partir de 2015 la polarización comenzó a crecer más rápidamente que el promedio mundial, superándolo alrededor de 2017”, dice el informe del Pnud “Conmigo o en mi contra: La intensificación de la polarización política en América Latina y el Caribe”. “Es la región en la que más ha aumentado la polarización en los últimos 20 años”.

¿A qué se debe esta situación? Un nuevo estudio publicado este mes por los académicos Horacio Larreguy y Ernesto Tiburcio apunta a tres variables que analizan la intensa crispación política regional. En “Political Polarization: US Lessons for Latin America”, los investigadores dicen que la consolidación de las “cámaras de eco” en redes sociales, así como la información sesgada y las élites divisivas, han llevado a que la polarización aumente de manera considerable.

¿Qué es, exactamente, la polarización?

La polarización, sin embargo, no es fácil de definir. Comparte con el populismo que puede significar o entenderse de muchas formas. La polarización es consecuencia de sociedades más politizadas que se interesan por las decisiones de su comunidad y defienden posiciones de clases, identidad, ideológicas o políticas. Eso no está mal. El problema llega cuando sólo se comparte con los mismos de siempre, haciendo imposible el intercambio de ideas o la deliberación política.

Hace media década, Cass R. Sunstein llegó a la conclusión de que hoy lo que existe es la “polarización de grupo” o una misma comunidad de personas que sólo hablan entre ellas. “Cuando personas que están de acuerdo se encuentran en forma repetida a deliberar, sin exposición a otras visiones que compitan con la propia, la posición del grupo tenderá a hacerse más radical”, dice en su libro “Cómo sucede el cambio” la académica de la Universidad de Chicago.

Para Larreguy y Tiburcio hay dos tipos de polarización: la afectiva y la ideológica. “Por un lado, la polarización ideológica aumenta cuando los valores y preferencias de las sociedades divergen del centro. Por otro lado, la polarización afectiva se concibe como la desconfianza o animadversión hacia las personas/fuentes de información que pertenecen o se identifican como parte de un grupo competidor”.

En los últimos 10 años, es claro que el tipo de polarización más común en América Latina ha sido la afectiva. La ideología juega un rol importante, pero no define las posturas extremas de unos y otros, como el aumento de la desconfianza y la distorsión en la percepción de los hechos. No más ver cómo muchos ciudadanos no creen en absolutamente en nada de lo que venga de la otra orilla política o social.

Eco, sesgo y élites

Entendida la polarización como un fenómeno principalmente afectivo, los investigadores se han interesado en entender las “cámaras de eco” por donde se contribuye y se refuerzan creencias –muchas veces erróneas– de los miembros de otros grupos y, por tanto, se polariza. “Son grupos de personas con ideas afines que refuerzan sus creencias preexistentes mediante la exposición a información similar y la comunicación repetida”, dicen. Sabemos que estas “cámaras de eco” son las redes sociales y algunos medios de comunicación netamente partidistas que defienden una sola visión.

Los datos en Latinoamérica son dicientes. Un estudio de la consultora Edelman ha mostrado que en la región, Colombia, Chile y Costa Rica hacen parte del grupo de los diez países en el mundo en los que las personas pasan más tiempo en redes sociales. No necesariamente esto indica una mayor polarización, pero sí supone una mayor propensión a que los ciudadanos hagan parte de “cámaras de eco” y, por tanto, deliberen menos con otros y se polaricen más.

Larreguy y Tiburcio también exponen que “la oferta y el procesamiento sesgado de información sesgada” juegan un rol importante. Sin duda, muchos ciudadanos en América Latina tienden a informarse sólo y exclusivamente de fuentes que representa su postura ideológica. En algunos casos esta información es altamente sesgada, llegando a ser mentirosa, y no cumple con los estándares profesionales del periodismo, como la contrastación de fuentes, la edición de contenido y la oportunidad periodística. La posverdad, más que en cualquier otro lugar, comienza a tener mucho eco en la región.

El punto más interesante de este revelador estudio es lo que los autores llaman “élites divisivas”. La región pasó de tener clases dirigentes dadas al consenso, con ejemplos claros como el Frente Amplio y la Concertación en Chile y Uruguay, o la Constitución de 1991 en Colombia, a una crispación permanente entre diferentes sectores de la élite. ¿Qué pasó?

Según los citados profesores, “las élites políticas han sembrado la polarización a través de narrativas divisivas”. En vez de morigerar el discurso, las clases dirigentes se han dedicado a alimentar narrativas que dividen la sociedad entre unos y otros, olvidando su papel de invitar a la unión y el consenso, como solían hacer antes.

La polarización al final termina afectando la calidad de las democracias y la estabilidad de los gobiernos. Encerrados en los mismos espacios, los ciudadanos siguen narrativas divisivas que invitan permanentemente al descontento y la desconfianza. Es cierto que estos sentimientos negativos se alimentan en las redes sociales y los medios, pero este tipo de investigaciones invitan a ir más allá y preguntarnos si, al final, el problema está en las narrativas divisivas que, en el caso latinoamericano, no permiten tener proyectos comunes.

*Analista y consultor. MPhil en Universidad de Oxford.