FERNANDO NAVAS TALERO | El Nuevo Siglo
Miércoles, 20 de Agosto de 2014

Nuevo pacto social

 

“Colombia necesita un nuevo pacto social que tome lo mejor de lo que hemos conocido como la izquierda o la derecha para construir -en una Tercera Vía- un país próspero y con equidad”.

 

Fueron  estas palabras textuales del presidente Juan Manuel Santos en su discurso de posesión para ejercer el mandato conferido para el período 2014 -2018. Con ellas resume las promesas que durante su gobierno se compromete a realizar en beneficio de las clases deprimidas de Colombia.

“Ha llegado la hora de re-imaginar el contrato social que hemos heredado, y las instituciones y políticas que nos han regido”.

Con esta última frase remata su intervención y es ahí donde radica la trascendencia política de sus anuncios, pues hay que aclarar que para alcanzar las metas que al respecto se proponga debe él contar con el beneplácito y las “decisiones” firmes de unas mayorías parlamentarias que estén dispuestas a reformar lo que haya que reformar en los textos constitucionales a fin de cambiarle el rumbo a la historia nacional. Demoler el neoliberalismo impuesto por el “revolcador”.

Los pactos o contratos sociales no son acuerdos sin consecuencias reales, deben traducirse en normas que obliguen, al menos eso es lo que al respecto se deduce de los propuestos por Hobbes y Rousseau, en sus históricos, acreditados y practicados discursos, concebidos  cada uno desde ópticas totalmente opuestas.

Por supuesto que,  en el contexto de la alocución presidencial está clara la intención de reivindicar los derechos de un pueblo que desde los comienzos de la República ha estado expectante al cumplimiento de las promesas que sus constituciones y la clase dirigente le han hecho en la “hoja de papel” que se ha venido renovando,  insistentemente,  sin que su acatamiento haya sido hasta hoy una realidad. La inequidad ha sido la regla. La reforma de López en el 36,  fue  un homenaje a la bandera. La justicia agraria de Lleras Restrepo igualmente.

No son palabras subversivas, son verdades inconcusas. Basta, sencillamente, mirar la niñez desamparada y cotejar esa situación desesperanzadora del futuro  con las normas de la Carta del 91 -por cierto firmada en blanco en su ceremonia inaugural- para concluir el divorcio entre el discurso veintejuliero de la Ley de las Leyes y la injusticia social que ofrece Juan Manuel resolver de una vez por todas. 

Aquí hay que aceptar que se trata, ni más ni menos, de convencer a los poderosos para que cedan, como en todo pacto y semejante logro exige reflexiones y “sacrificios de todos”, a sabiendas de que de lo contrario la paz  será una utopía, en estas épocas de revolución social; porque los pueblos ya no creen que el poder venga de Dios y sí, por el contrario, que la soberanía popular,  tarde o temprano, equivocada o no, se impondrá, por las buenas o por las malas. Ese es el diagnóstico que la panorámica terrenal muestra en esta etapa de la humanidad.