Atribuye su longevidad a que cuando se crio había mucha comida y buena y además barata. Sus dos hijos ya fallecieron, y a que sus buenos hábitos rondaron “por la ausencia de trasnochos, pues mi mamá no nos dejaba salir a ninguna parte y menos a bailar”
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Con la memoria estupenda rodando por los vericuetos de gratas instantáneas vitales que arrancan el 12 de octubre de 1905 cuando nació en Canaletal, San Pablo, sur de Bolívar, Eusebia Arango viuda de Leiva es un libro de historia de las 11 décadas últimas.
Atribuye su longevidad formidable a que “uno está aquí es por diosito, porque desde que Dios lo necesita a una se lo lleva, y, como aún no me necesita por eso estoy por aquí todavía”, advierte.
“Tampoco tuve tanta familia”, riposta, señalando: “mucha familia enferma y por eso no más tuve dos hijos ya fallecidos”.
También a que “cuando me crie había mucho que comer, especialmente bastimento que se perdía; había pescado, bagre, ponche, zaíno, guartinaja, tortuga; de todo eso había por bastante y uno se crio en abundancia de bastimento y presa y además todo era barato”.
Rememora, “haber alcanzado a conocer “la venta de café y otros alimentos a chivo (centavo) a pesar de que mi papá hacía cosecha y cortaba leña, porque entonces los barcos que surcaban el río Magdalena cocinaban y andaban con leña y todo eso lo llevaba a vender a Puerto Wilches (Santander)”.
Vida laboriosa
Su vital periplo, según relata, ha sido de trabajo constante: “mi mamá nos compraba un bulto de maíz para pilarlo y en eso eran tres días de labor ardua para hacer luego arepa, bollo y chicha y así nos criamos”.
De esos tiempos buenos recuerda: “no había luz ni agua, que quedaba lejísimos de la casa en donde vivíamos”. Aunque no le tocaron los tiempos de los molinos, “que eran una piedra grande con una canoa en donde se molían los granos; la sal, que venía entera; el chócolo y la masa para comer”.
Sus gustos culinarios rondan por los abundantes alimentos de su tiempo lejano, y, por ello “comía bastante pescado ya que no se veía la carne que llevaban de San Pablo, pero que ahora se ve más porque ya no hay pescao”.
“Dicen que con pescao se cría uno bien bueno y no se enferma, pues es un alimento bueno y en mis tiempos comíamos bagre, danta, bocachico, doncella y blanquillo. Uno se crio en la abundancia, pues la comida sobraba y no había hambre”.
Poca diversión
Sus hábitos buenos vitales, además de la alimentación natural, rondaron “por la ausencia de trasnochos, pues mi mamá no nos dejaba salir a ninguna parte y menos a bailar; con una crianza del tiempo de antes que era de respeto. A la casa de uno venían las amigas a jugar los domingos, porque no nos dejaban salir a ninguna parte”.
Rechaza las costumbres nuevas y dice: “que uno estuviera en una cantina bebiendo cerveza, ¡no señor, no! Y todavía hay muchachas de esa época mía que tampoco han bebido cerveza nunca”.
Hizo parte de una familia numerosa, normal para esos tiempos idos y relata: “fuimos nueve hermanos de la que yo soy la mayor. Mi mamá murió joven y mi papá viejito, pues como trabajaba tanto…”.
Al pedirle un consejo para alcanzar una vida tan larga, dice tajante: “¡no sé! Aunque la gente se queda admirada de los años que tengo y también me preguntaban el otro día desde la emisora en donde estaban dando regalos y me preguntaron sobre ¿qué tanto yo comía? Y les respondí: ¡De lo que ustedes comen como yo: pescado, plátano, yuca, arroz!”.
Para esa longevidad comprobada, enuncia: ¡todo lo hace el cuido! Uno antes tenía gripa y no se mojaba las manos ni se bañaba, no, nada de eso. Hoy no se cuida nadie y estén como estén no se cuidan”.
Respeto perdido
De sus tiempos viejos añora que antes había más respeto “y una salía a la calle y alguien le regalaba una cocada y llegaba comiéndola a la casa, tenía que llevar a mi mamá a donde quien me la había brindado para corroborar que no me la había robado”.
El respeto se consolidaba con el buen ejemplo y consejos, pero, “también había un rejo de cuero con tres pencas sobado con sebo para la buena crianza”.
Reconoce haber sido, en términos generales juiciosa, aunque eso no la excluyó de una que otra fuetera producto de una fugaz pilatuna rebelde, “por lo que alguna vez le boté el rejo a mí mamá envolviéndolo en una bolsa con piedras y lanzándolo al agua para escapar de futuros castigos”.
Con esos recuerdos que son una vitalidad consolidada, Eusebia, la jovial abuela sampablera, que aún lava, plancha, cocina y se baña sola, se apresta a celebrar con pescao este jueves 12 de octubre sus 112 años de nacida, eso sí, esperando que la EPS Salud Total le entregue la orden para los audífonos que desde hace tres meses solicitó y que le permitirán oír mejor durante muchos años más.
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