Se avecina el ya conocido “Dia sin carro” en la ciudad de Bogotá, se programa como todos los años para el primer jueves del mes de febrero y en su momento fue instaurado por el hoy alcalde Enrique Peñalosa; para oficializarlo se recurrió a una encuesta ciudadana que quizá deja mucho que desear en términos de la técnica de la misma, pero que en la práctica sirvió para imponer la idea.
Desde el papel de un simple ciudadano quisiera hacer un análisis somero sobre el impacto real que esta jornada significa para el medio ambiente y así verificar o desmentir los informes que muestran que dichas jornadas no han tenido impacto alguno en el entorno y sí en la economía ciudadana o los que presenta el distrito asegurando que el impacto ambiental es positivo y en cambio el económico es despreciable.
Se observa, en primera instancia, que la idea del Día sin carro es positiva y sin lugar a dudas intenta cumplir con unas metas que permitan concientizar a los ciudadanos sobre su futuro y sus posibilidades de supervivencia, pero también es cierto que la simple observación permite dudar de la bondad de las soluciones propuestas. Si realizáramos un análisis desde el punto de vista puramente pedagógico, cabría preguntarse si la imposición de una restricción, que evidentemente molesta a la ciudadanía, será el mejor método para lograr que esa misma ciudadanía adquiera conciencia ambiental. Además del hecho notorio de que muchos de los habitantes que normalmente se desplazan en su vehículo particular, aplazan sus actividades para no movilizarse ese día, con lo cual la pedagogía se realiza en personas que no la requieren porque normalmente solo utilizan transporte público.
También si miramos el tema desde el punto de vista exclusivamente del beneficio ambiental, podríamos preguntarnos si es cierto o no, y en qué medida, que se ve un beneficio real para el medio ambiente; este beneficio es exageradamente pequeño para el costo de la implantación de la medida. Los carros que dejan de circular son los particulares, ellos son curiosamente los más nuevos y los que mantienen en mejores condiciones de funcionamiento, entre tanto aumenta la circulación de buses, busetas y microbuses que emiten en gran cantidad el material particulado, que es uno de los mayores contaminantes del aire.
De otra parte, vale la pena preguntarse si funciona una restricción que no involucra los carros blindados, que por su propia condición son los de motores más grandes entre los carros particulares, manteniendo los desplazamientos de funcionarios en forma individual y sin que se note esfuerzo ninguno por establecer métodos de transporte colectivo para colaborar con la medida. De nada sirve un Día sin carro si se mantiene el mal estado de las vías, con lo cual se aumentan los tiempos de desplazamiento y consecuentemente suben los niveles de contaminación, de nada sirve un Día sin carro si los articulados de Transmilenio continúan emitiendo grandes cantidades de material articulado y no existen sanciones. De nada sirve un Día sin carro si todas las mañanas Bogotá amanece con una nube o especie de nata que es causada por la contaminación producida principalmente por busetas y buses rojos y verdes del Transmilenio, que constantemente están impregnando con olores a quienes se desplazan a su alrededor, además de afectar seriamente sus vías respiratorias.
Quisiera finalizar expresando mi pensamiento en el sentido de que el Día sin carro debiera ser cambiado por una labor permanente de mejora ambiental; por unas condiciones que generen un mejor comportamiento de los conductores de servicio público; por la generación de acuerdos para que los vehículos del sector oficial optimicen sus desplazamientos; por una pedagogía ambiental que concientice a la ciudadanía de los peligros de continuar con la depredación del planeta; por una implementación de la cultura de la siembra de árboles en colegios y universidades; y en general por un conjunto de medidas que en verdad mejoren nuestro entorno y que no molesten al ciudadano del común.
@alvaro080255