Por más de dos siglos el misterio y la leyenda se han tejido en torno de la suerte del Galeón San José, una embarcación española que se hundió en las islas del Rosario en 1708. Los buscadores de tesoros han soñado por décadas con encontrar los restos del naufragio y reclamar su fabulosa riqueza, en tanto que los sectores de la cultura replican que se trata de un patrimonio histórico cuyo valor supera, con creces, el costo monetario -por demás incierto al no conocerse cuánto del cargamento se puede salvar- de los lingotes de oro, joyas, monedas y piedras preciosas que transportaba al ser impactado por la Armada inglesa.
Como se recuerda el Imperio Español en América tuvo pretensiones de autarquía económica, por lo mismo muchas materias primas, minerales preciosos y hasta la papa, que salvó de la hambruna a los europeos, fueron llevadas desde el llamado “nuevo mundo” al viejo continente, en tanto que de allí venían misiones militares, colonos, productos de distinta índole y, claro está, patrones culturales madurados por siglos de desarrollo occidental.
La comercialización de la plata del Potosí, junto con la aparición del oro en gran escala, trastocaron el valor de las monedas casi que a nivel mundial, como lo demuestran los trabajos sobre la “enfermedad holandesa” por cuenta de la sobreoferta de metálico proveniente de América para comprar los productos de los Países Bajos y naciones vecinas. Se recuerda que William Paterson, un corsario atraído por la riqueza americana, intentó fundar una suerte de Imperio del Darién, en zonas de la entonces Nueva Granada. Allí esperaba que los hallazgos de oro favorecieran su empresa y poder conseguir un gran botín para Londres. El almirante Francisco Díaz Pimienta, al mando de la Armada española, expulsó a los corsarios ingleses y escoceses del Darién así como de gran parte de las costas del Caribe.
Pero la expulsión de Paterson dio origen a otro proyecto del genial aventurero: crear el banco de Londres. Es así como por su iniciativa y capacidad administrativa surge una entidad en donde se depositan tesoros de la Corona británica y se da origen al sistema bancario capitalista, en parte con lingotes de oro arrebatados a barcos ibéricos.
La disputa entre España e Inglaterra por el “nuevo mundo” se convirtió así en una feroz guerra. La primera de esas potencias erigió en nuestra región grandes fortalezas como la de Cartagena, en tanto los ingleses, con naves más veloces y mejor fuerzas marítimas de comando, se valían de la sorpresa y la artillería para irrumpir en esas fortificaciones.
Fue así como en Cartagena de Indias se dio el famoso duelo entre el Almirante Blas de Lezo y la poderosa flota inglesa que fue enviada a incursionar allí. Nadie preveía la heroica gesta de defensa de la ciudad amuralla. Tal era la confianza en una rápida victoria que se habían acuñado previamente en Londres algunas monedas de oro conmemorativas en donde aparecía Blas de Lezo arrodillado frente al almirante Vernon, en actitud de rendición y de entrega de su espada ante la supremacía británica. Sin embargo la historia muestra cómo el valor y la estrategia que emplea el Almirante español consiguieron que tras el terrible sitio y bombardeo a que fue sometida Cartagena, cuyos habitantes lucharon hasta el último hombre por sus vidas, la ciudad terminara por triunfar frente a un enemigo superior en embarcaciones, cañones y armas. La del Galeón hace parte de esa intrincada historia del asedio inglés sobre Cartagena, lo que revalida que el barco y su cargamento tiene un valor histórico y de patrimonio cultural, más que simplemente monetario.
Desde que el Gobierno anunciara, en diciembre pasado, que se habían encontrado los restos del Galeón hundido en la Bahía de Cartagena, toda la información al respecto se maneja con la máxima confidencialidad y el área cuenta con vigilancia ininterrumpida de la Armada. No hay que olvidar, tampoco, que hay un viejo pleito jurídico al respecto con un consorcio norteamericano, en tanto que se han adelantado conversaciones con el gobierno español al más alto nivel. Incluso esta semana se anunció ya que se avanza en la estructuración de una Alianza Público Privada para abocar el rescate de la especie naufraga en los próximos meses. Lo importante aquí es entender que el tesoro tiene un valor de patrimonio cultural sumergido y esa es la prioridad en la recuperación de sus vestigios y la carga, tal como lo señala la ley respectiva. Ese patrimonio histórico no tiene precio comercial.
Mediante la cuidadosa experticia por los científicos, se pretende que la embarcación y los objetos rescatados se conviertan en símbolo de dos mundos y que permita esclarecer aspectos sustanciales de la vida, costumbres y naturaleza del comercio durante esa época. Será, pues, una misión de intervención científica, conservación y la divulgación de estos bienes culturales. Se equivocan quienes se frotan las manos tasando en pesos y dólares el valor de una carga que, en modo alguno, tiene el destino de ser monetizada y mucho menos comercializada.