Los bajos índices de popularidad o, si se quiere, los altísimos índices de impopularidad del presidente Juan Manuel Santos están afectando el final de su gobierno. Salvo por alguna encuesta en la que no se preguntó por él sino que se comparó su imagen con Samper, Gaviria y Pastrana, en la que el actual Presidente alcanzó cerca del 35 por ciento, en la gran mayoría de sondeos la imagen directa de Santos oscila entre el 15 y el 25 por ciento de favorabilidad, con un media cercana al 20 por ciento. Del mismo modo su impopularidad está entre el 70 y el 80 por ciento. De hecho, en la última encuesta de Datexco para La W y El Tiempo los índices de desaprobación gubernamental están en el 76 por ciento. Y en la Yanhaas se aprobación cayó al 14 por ciento.
Las cosas, por supuesto, son más dramáticas si se entiende que Santos ha sido de los pocos presidentes que arrancó su mandato con el 70 por ciento de popularidad. Y las circunstancias podrían ser peores porque no es fácil entender que un ganador del Premio Nobel de Paz ronde las cifras negativas de hoy. Por el contrario, se suponía que el galardón sería motivo de una recepción favorable o no tan marginal por parte de los colombianos. Lo que parece no haber sido así. Al menos como placebo de las encuestas.
De acuerdo con el Ministro del Interior todo lo anterior se debe a una gran engañifa de la oposición. Mentiras y más mentiras, dijo frente a la crítica situación de popularidad gubernamental. De modo que todos tan tranquilos: como es una maniobra de los opositores el país puede respirar, pues aquello no pasa de ser una artimaña política que esconde las realidades nacionales. Bajo esa óptica, además, alrededor del 75 por ciento del país estaría en oposición, lo que de alguna manera puede ser una matrícula gratuita. Porque una cosa es pedir más y mejores respuestas a determinados problemas del país y otra es entregarle sistemáticamente y en bandeja de plata la razón a la oposición. Lo cual paradójicamente vuelve al Ministro del Interior como el mejor jefe de debate de los opositores. Caer en semejante trampa es una demostración de ingenuidad política. El gobierno del presidente Santos, como el de cualquier primer mandatario, debería sostenerse por sí mismo y por sus resultados en vez de darle más coba a la polarización.
Está claro, por supuesto, que en todas las encuestas, sin distinción, la gran mayoría de colombianos cree que el país va por mal camino. De hecho, en alguna de ellas el 55% dice que la nación podría estar recorriendo el mismo sendero a la catástrofe venezolana. En otro de los sondeos queda claro a su vez que, después de siete años de gobierno, el pueblo no tiene idea cuál es el modelo que pretende el Jefe de Estado. Y todas las encuestas comparten, al mismo tiempo, una sensación de frustración y desorientación fácilmente palpable en el deficiente desempeño sectorial y las bajas calificaciones ministeriales, sin excepción. Lo que no es una sorpresa: por lo general cuando el Presidente sube, todos los ministros suben, y cuando baja sucede el mismo fenómeno. Tal vez por eso sea que los ministros se encuentren tan mal clasificados en esta oportunidad, fruto del declive gubernamental generalizado.
No es secreto, tampoco, que el presidente Santos nunca ha sido un favorito de la opinión pública. Los primeros años estuvo alto en las encuestas cuando todavía era percibido como el sucesor escogido de Álvaro Uribe. Lo que paulatinamente se vino a pique por el distanciamiento con este y produjo su punto de inflexión con la frase de marras: “el tal paro agrario ese no existe”. Eso lo llevó al semestre siguiente a perder la primera vuelta presidencial, en la batalla por la reelección, pero a ganar la segunda luego de poner a todo vapor la maquinaria y de una evasión de última hora del contrincante. A partir de entonces, Santos tuvo altas y bajas de acuerdo con los hechos políticos provenientes del proceso de paz de La Habana y, una vez firmado el pacto, quiso jugársela políticamente toda en el plebiscito. Pero perdió el pulso. Y eso salió tan mal que aun hoy tiene repercusiones políticas. Incluso más graves que antes, con una economía en caída abierta, los escándalos rondando la Casa de Nariño, los paros a la orden del día y el Presidente aislado del resto del país, atado única y exclusivamente a sus compromisos con las Farc. El Gobierno tendría cosas para mostrar, desde luego, si no fuera porque anda como absorto, metido en su propio embudo.
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