- La política como divertimento
- ¿Y dónde están las ideas?
Tal y como se ha podido constatar en los últimos días, en el país, las encuestas sobre preferencias electorales para las presidenciales presentan resultados contradictorios. Ya se sabe que no son ellas, ciertamente, la panacea que fueron hace unos años. Hoy quien se oriente por estas, desde el punto de vista político, puede sufrir un descalabro, como ha ocurrido en tiempos recientes en todo el mundo, incluido el inolvidable y sorprendente plebiscito colombiano de hace un año. Pero igualmente las encuestas son un inevitable divertimento de la política contemporánea. Que tampoco es dable, en lo absoluto, descartar como un actor considerable en la móvil marcha de cualquier campaña política.
El problema está, desde luego, cuando con ellas se pretende influir el escenario ciudadano. Para ello, a veces, resulta visible que se predetermina la muestra, se hacen escenarios hipotéticos, se subdividen los ítems y se crean enfoques que riñen con el propósito central. Por desgracia, mucho de ello se observa, no solo en Colombia, sino en otras latitudes, especialmente en los Estados Unidos, inevitablemente dividido entre trumpistas y anti-trumpistas. Pero igual ocurre en otros países. Basta con ver lo que está sucediendo con el gobierno francés de Emmanuel Macron que de ser, hace solo unos meses, un fenómeno en la historia gala, acaballado en los sondeos, ahora pasa aulagas para mantener el respaldo y parar el declive gubernamental en que se encuentra, así tenga razón en algunos de sus planteamientos.
Fuere lo que sea, la política contemporánea aconseja ver las encuestas desde lejos. No es con base en aquellas, ciertamente, como se pueden diseñar las políticas públicas y someterlas al escrutinio popular el día de las elecciones. En principio, los sondeos se habían inventado, precisamente, para que el candidato se acoplara al querer del pueblo. Ahora el pueblo, más avizor que antes, exige respuestas a sus problemas, pero igualmente busca material adecuado a sus intereses en los programas y propuestas que se le presentan. No fue el triunfo de Trump, el resultado del Brexit o las circunstancias del plebiscito colombiano, escenarios exclusivos de las supuestas “falsas verdades”, como se ha querido despachar. Por el contrario, en mucho de lo propuesto, en esos aspectos, el pueblo supo dilucidar lo que creía o no conveniente.
Hoy la política es, sin duda, más compleja, aunque se la pretenda reducir a los caracteres del twitter o la pugna en las redes sociales. Esa complejidad puede manifestarse, precisamente, en un pensamiento de Burke, que en la actualidad cobra más vigencia que cuando fue creado por el recursivo y brillante político conservador inglés hace más de dos siglos: “la sociedad es una comunidad no sólo entre los que viven, sino entre los que viven, los muertos y los que han de nacer”. He ahí, naturalmente, la plataforma misteriosa en la que se desenvuelve la política universal.
Por supuesto, las encuestas no sirven para crear esos lazos intergeneracionales que soportan una sociedad sana y que deberían ser el motivo sustancial del entorno político. Una sociedad evidentemente orgullosa de su pasado, con capacidad de resolver sus problemas por vía de la civilización y no a partir de la vindicta que hoy se pretende en la formulación de incisos y parágrafos, a fin de exacerbar las heridas causadas por el anacronismo revolucionario, podría despejar la mente de aquellos que han querido reducirla, tanto intelectual como materialmente, a la balacera y la barbarie a partir de la prolongada agresión, sin sentido, demostradamente infértil y destructiva. Una sociedad, por igual, con inversión en el capital humano, que le ofrezca progreso y alternativas a la juventud, en la que asimismo se promueva la calidad de vida de todos y se organice homogénea y solidariamente en propósitos nacionales que busquen el bien común, crearía, a no dudarlo, una mejor plataforma vital. Una sociedad así, sin el palmario fracaso estatal como estamento para redistribuir el ingreso, pese a ser Colombia uno de los países con las más altas tasas tributarias, tendría que ocuparse de las generaciones por venir, con un modelo de desarrollo sostenible, ajeno a la “enfermedad holandesa” minero-energética tan determinante en los últimos años, y dejando atrás el asistencialismo y los subsidios desbocados como evidencia de una economía frágil e improductiva.
Por eso, más que encuestas, que pululan por doquier, se necesitan propuestas y programas, pero estos no se ven por parte alguna. Y esa está siendo, hasta ahora, la más reprochable manifestación de la abigarrada campaña presidencial.
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