* Una campaña a la vera de otro abismo
+ La ignorancia es atrevida… ¡y peligrosa!
Poner el racismo de corazón de la campaña presidencial sería otro desastre político que no merece el país. Esto podría llevar, además, a un nuevo motivo para alimentar el monstruo de la violencia, como si ésta ya no fuera poca y un reproche sin redención de los tiempos contemporáneos. Y con ello derivar en exactamente lo contrario de lo que hay que hacer. Es decir, dividir el espectro social a partir del color de la piel o de cuanta excusa sirva para infundir el odio y el resentimiento, en vez de aunar la máxima cantidad de voluntad política posible con el objetivo de lograr los propósitos comunes.
El racismo es, por supuesto, una estupidez. Nace, a nuestro juicio, de una inseguridad vital que se origina en creer que, si no se tiene la misma epidermis, es de antemano imposible compartir los valores, los sentimientos, los conceptos, la ciencia, la tecnología, en suma, la cultura y la civilización. Semejante contradicción en los términos, frente a lo que se suponen los elementos civilizadores de la humanidad, es una afrenta a la dignidad y proyección del ser humano hasta hoy y hacia el futuro.
Desde luego, en no pocas ocasiones la humanidad y los países sufren regresiones que, por lo mismo de regresivas, tienden a ser fruto de un infantilismo temerario frente a las expresiones naturales de la madurez, que no suelen ser fáciles de vislumbrar en medio de su formación social.
Es el caso típico de guerras racistas, como las de Adolfo Hitler, cuyo trasfondo genuino no obedeció sino a su profundo complejo de inferioridad que, como parte esencial de su anomalía sicológica, pretendió transferir por vía de aniquilar todo aquello que le molestaba en sus propósitos de conseguir, por medio de la violencia, una serenidad inalcanzable. Y que, a cuenta de imponer la eclosión racial logró el catastrofismo político buscado hasta desembocar en la hecatombe mundial que, como era de esperarse desde el principio de sus días, lo llevó al suicidio, luego de dejar su testimonio luciferino sobre la Tierra.
Pero, claro está, la humanidad tiene otros resortes para salvarse de los engendros que se crean al unísono de su trayectoria. Bastaría en ese caso volver por los fueros, por ejemplo, de un exponente renacentista ineludible, hoy casi olvidado, pero más vigente que nunca: Giovanni Pico della Mirandola. Fue este, por decirlo así, una especie de antimaquiavelo, o sea, un contradictor implícito de aquella tesis de su colega italiano de que en cuanto al poder y la política “el fin justifica los medios” por más lesivos (que en la actualidad no pocos practican con rigor).
Mirandola, por el contrario, expuso un pensamiento nítido, de mucho mayor alcance universal, en que dejó consignada una visión de futuro sin atenuantes y que todavía hoy no deja de sorprender: el mundo solo se enriquece a partir del respeto por la diversidad cultural, racial y religiosa; la discrepancia es un derecho inalienable del ser humano; y el desarrollo y beneficio de la vida parte de las diferencias.
Al mismo tiempo, y mucho después, uno de los grandes avances del pensamiento occidental se dio en el hecho, no siempre bien apreciado, de inventar el concepto de ciudadano. Esto permitió que el ser humano, como sujeto de derechos y deberes, pudiera tramitar sus diferencias dentro de un sistema instituido popularmente con base en el orden y las libertades. Y que bien llamamos democracia.
No cabe pues, dentro de los demócratas verdaderos, la pulsión de imponer la raza como formulación de bienestar social (como suele ocurrir en sectores de izquierda). Ni tampoco es dable abjurar de la inmigración por el solo hecho de las procedencias raciales (como suele ocurrir en sectores de derecha). Ambos son fenómenos narcisistas, pero que ante todo son semilla de la polarización, el victimismo, la discriminación y el populismo punitivo. Y ningún flanco, como es fácil deducir, se compadece con la noción de ciudadano, cuyo contenido esencial no hace, por descontado, diferenciaciones identitarias para el ejercicio de los derechos y la práctica de los deberes: plataforma de la democracia plena.
El racismo, por lo demás, no es más que la manifestación estrafalaria de una ignorancia supina. De hace no muchas décadas para acá sabemos científicamente que en el mundo solo hay una raza originada en el sur de África, con sus variantes posteriores. El resto es puro mestizaje. Tener que decirlo en Colombia, frente a quienes quieren utilizar el racismo en la retórica política, es apenas un síntoma de ignorancia. Y como dicen: la ignorancia es atrevida… ¡y peligrosa!