¿SE cumplirán dos meses sin que haya noticia alguna sobre el paradero del avión de Malaysian Airlines que desapareció el pasado 8 de marzo con 239 personas a bordo?
Esa es la pregunta que se hace todo el mundo, no solo por la insólita gravedad que implica que una aeronave pueda, literalmente, perderse sin dejar rastro alguno, pese a que la aviación se mueve con tecnología de punta, sino porque este caso abrió un debate sin precedentes a escala global sobre los verdaderos niveles de seguridad en esta modalidad de transporte.
Hasta el momento todas las operaciones de búsqueda han sido infructuosas. Ni los barridos satelitales, los intensos rastreos aéreos, las millones de millas recorridas por barcos de distintos países y tampoco los trazados cubiertos por submarinos especializados para investigar a grandes profundidades, han dado resultados.
Ya se da por sentado que es muy escasa la probabilidad de encontrar restos de la aeronave en la superficie marina, dado el lapso transcurrido desde la desaparición del Boeing 777, vuelo MH370, que debía cubrir la ruta Kuala Lumpur-Pekín.
Igual ya es muy remota la posibilidad de captar las señales ultrasónicas de las cajas negras de la aeronave, pues éstas suelen agotar su energía a los 30 días de un siniestro pero ya pasaron más de 50. Todas las pistas e indicios que se detectaron en las últimas semanas en el Océano Índico fueron investigados y, lamentablemente, descartados. Si bien los familiares de los pasajeros y la tripulación ya se resignaron a que es muy difícil que sus allegados continúen con vida, no abandonan la esperanza de localizar los restos y, de paso, saber qué pudo haber pasado para que en la segunda década del siglo XXI un avión dotado con la más alta tecnología pudiera salirse de curso, burlar los radares y desaparecer sin dejar el menos rastro.
En ese orden de ideas, el único camino que quedó desde hace ya dos semanas fue la búsqueda submarina. Hasta el momento las operaciones se concentran en un área de 5.600 kilómetros cuadrados en el Índico, que debe ser revisada palmo a palmo utilizando un moderno submarino automático, llamado Bluefin-21. Sin embargo, según lo informado por el Centro Conjunto de Coordinación de las Agencias, instancia transnacional creada para ponerse al frente de este caso y que tiene sede en Australia, no hay datos alentadores. Incluso, no se descarta que estas pesquisas puedan durar hasta ocho meses, dada la complejidad de la operación y el amplio terreno a cubrir.
Es más, el único indicio que volvió a encender las esperanzas de solucionar este misterio lo dio ayer una compañía especializada en búsqueda submarina, según la cual se detectaron restos de lo que podría ser un avión comercial en un sector de la bahía de Bengala. Según la compañía GeoResonance, si bien no se puede asegurar que los materiales detectados sean los del MH370, debe investigarse la pista para confirmar o descartar.
Aunque la Organización Internacional de Aviación Civil Internacional (OACI) exigió a los países involucrados un informe al respecto de lo que pasó, todo continúa en el terreno de la especulación mientras no se localice el aparato.
Lo cierto es que pase lo que pase, la aviación se encuentra ante un reto de grandes implicaciones. Ya hay varias propuestas en estudio para aumentar la vigilancia en tiempo real de los vuelos y la generación de alertas tempranas en caso de anomalías, sean éstas o no reportadas por la tripulación. Las respuestas tienen que darse en corto tiempo, de eso no hay duda.