* Tenaza de Sánchez contra España
* Lo que puede un arribista del poder
La maniobra del gobierno socialista de Pedro Sánchez con la amnistía “sastre” a los independentistas catalanes, por lo pronto aprobada (20-17) en una comisión del Congreso, supuestamente llamada de Justicia, no tiene nombre. Es el más claro ejemplo de cómo se vuelve trizas una democracia. Porque, aunque se aplica el derecho de gracia con argumentos dudosos y ante todo para satisfacer a los beneficiarios con redacciones hechizas, incluso los mismos favorecidos han dicho que no se trata de ninguna reconciliación, sino de un paso adicional en el indeclinable propósito de la separación de Cataluña.
Es decir, en términos de la trayectoria política peninsular, que se continuará con el proceso (procés) a fin de reducir el territorio de España a la altura no solo de las pretensiones encabezadas por el próximamente amnistiado Carles Puigdemont, personaje central de Junts y del separatismo catalanista. También será el aliciente para que otras comunidades sigan el mismo camino, en particular el País Vasco, cuyos parlamentarios se han ido de bruces, por supuesto, para aprovechar la oportunidad de ver nulificada la Constitución y sentarse de una vez a la mesa con el objeto de participar de la tan anhelada repartija territorial. Vendrán, pues, referendos a tutiplén, porque no será Sánchez −claro está− el que se oponga al separatismo bajo la tesis de que lo hecho se trata de un esplendoroso pacto por la convivencia. Que además en coro repiten, no solo los congresistas de izquierda y los propios interesados, sino los exponentes de la prensa adicta.
Mentira. Lo que de antemano existe no es el tal pacto, sino una pérfida negociación por el poder. En efecto, el eje Sánchez-Puigdemont es la consumación de una aleve trapisonda que se da a ojos vista de Europa y el mundo entero. Podría decirse incluso que la trama literaria de Los intereses creados de Benavente se queda, desde luego, corta ante la coyunda real que significa la doctrina política sanchista de yo te doy la amnistía y tú, Puigdemont, me das tus siete voticos parlamentarios para mantenerme y aferrarme al poder; tú, Puigdemont, el dispensador de mis esperanzas y del presupuesto y yo, Pedro Sánchez, el dispensador de tu perdón. O sea, todos los componentes del soborno y la concusión: al escampado y ante los ojos atónitos de quienes pensaban, como la mayoría de españoles (incluidos socialistas del común), que la democracia en la Península todavía podía ser motivo de salvamento.
Pero el afán del gobierno socialista, como se sabe, no es en sí mismo la cacareada reconciliación, ni siquiera la amnistía. La premura estriba en que las pequeñas bancadas separatistas, con las cuales la izquierda apenas logra una deleznable mayoría en el Congreso, voten rapidito los rubros del presupuesto y con eso “despejar” la legislatura. Es el objetivo mayor. De modo que, una vez aprobada la extinción de los delitos que en los últimos lustros han roto el alma de España, y sin precaver que puedan volver a ocurrir bajo el ilusionismo artificial que han puesto en práctica, viene de inmediato el intercambio de favores con la expedición de las leyes presupuestales. Y así, claro está, se pueda perfeccionar la estólida maniobra, inclusive con millones y millones de euros para los protagonistas del separatismo.
Por su parte, una legislatura que en todo caso permanece en la encrucijada por el lodazal de corruptelas en que está sumido el gobierno sanchista. Y que lo tienen en vilo y con una popularidad en caída libre tanto que, de llevarse a cabo hoy las elecciones, las fuerzas legitimistas tendrían una mayoría asegurada en el Parlamento. Lo que supone, ipso facto, el profundo malestar que pervive en España y el turbio ambiente en que se desenvuelve el gobierno, ya de por sí constreñido y atenazado por todas partes, sin embargo, convencido de que su delectación por el poder y su envanecimiento prevalece por sobre la democracia. Un verdadero esperpento, cuando su vocero no hizo más que guardar silencio, tanto en la campaña presidencial como ya en el ejercicio de la administración, hasta que se entregó por lograr la investidura parlamentaria en entredicho.
En tanto, ese mismo gobierno sanchista, tan alabado entre sus áulicos por habilidoso y merodeador, tiene a España sometida al mayor endeudamiento entre 2019 y 2023, al desplome de la formación bruta de capital fijo y de la inversión, con el mayor índice de desempleo de sus pares, creando puestos de trabajo solo en la burocracia estatal y con una pérdida constante del poder adquisitivo.
Hubo una época, sin duda, en que el país peninsular parecía prosperar con vocación de futuro. Ahora no es más que víctima de la caprichosa conducta de un nítido arribista del poder.