*Cumbre sobre cambio climático en la ONU
*Colombia entre los países más vulnerables
En estos momentos en que se inicia la Cumbre de Cambio Climático de la ONU en Nueva York, es sustancial insistir que Colombia es uno de los países más vulnerables al fenómeno. Si bien estamos entre los privilegiados de naciones megadiversas que permiten tener los mayores componentes de biodiversidad mundial, igualmente los colombianos deben entender que el cambio climático es un hecho insoslayable y que se mantiene de amenaza permanente.
No se trata, desde luego, de fatalismo alguno. En los últimos años Colombia, ciertamente, ha sido el tercer país del mundo más afectado por estas incidencias, al lado de la India y Pakistán. Todavía se recuerda con temor la catástrofe invernal de 2010 y 2011 que costó más de cinco billones de pesos y que produjo tragedias en múltiples municipios. Por fortuna el reciente fenómeno de El Niño ha sido bastante más leve de lo presupuestado, pero cada día son menos los intervalos entre las grandes sequías y las temporadas invernales, modificando radicalmente el clima.
Los estudios de vulnerabilidad climática del sector agrícola colombiano indican que por lo anterior los cultivos más afectados hacia el futuro serán los del arroz, el trigo, la papa y el tomate de árbol. La disminución del área de páramos por efectos del cambio climático reducirá, a su vez, la oferta de recurso hídrico para las grandes ciudades y las zonas agrícolas que se encuentran en áreas subparamunas o de ladera. Inclusive, como se sabe del último estudio sobre glaciares por parte del Ideam, de ellos no quedan sino 40 kilómetros cuadrados y muy posiblemente desaparecerán hacia el 2050. La erosión costera en el Atlántico y el Pacífico viene convirtiéndose en un problema que debe ser atendido, fruto de la acidificación y elevación en los niveles del mar. Asimismo, el cambio climático viene afectando las obras de infraestructura tan urgentes para el futuro del país.
El aumento de la temperatura superficial marina, por ejemplo, ha hecho que los ecosistemas de coral estén francamente amenazados. Para nadie es un secreto, a su vez, los permanentes incendios forestales en épocas de sequía. Incluso el bosque seco tropical es una especie ya en vías de extinción. Recuerda también el país cómo en la zona de la Orinoquía, donde están cifradas buena parte de las esperanzas agroindustriales colombianas, se vio una intempestiva mortandad de chigüiros, producto de los cambios en los regímenes de lluvias.
Puede decirse, no obstante, que los esfuerzos hechos contra los gases de efecto invernadero que perturban indefectiblemente la capa de ozono han sido de alguna manera fructíferos. La Convención de Montreal y los protocolos posteriores han servido para mitigar algunas partes del fenómeno que, sin embargo, para muchos es irremediable. Naciones Unidas calcula, verbigracia, que las actuales infraestructuras de energía y transporte dependientes de los combustibles fósiles implicarán, en el mundo, la emisión de 496 mil millones de toneladas de dióxido de carbono desde el 2010 hasta el 2060. No obstante, los cálculos de lo que se ha logrado ahorrar en los últimos 30 años por los compromisos de los convenios y pactos son bien traídos a cuento en la última edición de la revista The Economist, en la que por su parte se establece que cada país debería comprometerse con la reducción en índices públicos.
Colombia ha hecho un esfuerzo importante en la adaptación al cambio climático durante los últimos tiempos. Si bien el país sólo produce alrededor del 0,37 por ciento de los gases de efecto invernadero globales, ha venido cumpliendo con sus compromisos de reducir el material particulado y los octanajes de la gasolina, aunque ello de alguna manera haya fomentado el contrabando en las zonas de frontera en aquellos países que no han llevado a cabo la transición hacia elementos ajustados a un ambiente sano.
Del mismo modo, Colombia ha venido incrementando las áreas protegidas y goza hoy de una reserva temporal de recursos naturales no renovables que llevará en el corto plazo a que la nación tenga alrededor del 22 por ciento de su territorio salvaguardado, cumpliendo más allá de los índices internacionales. Especial mención merece la necesidad de incrementar las áreas protegidas en los océanos, donde no solo Colombia, sino el mundo, tienen un atraso considerable.
La política de compensaciones ambientales en un ecosistema dado, adoptada por el país a partir del 1 de enero de 2013, permite generar condiciones favorables a la biodiversidad frente al cambio climático. No obstante, las compensaciones ambientales pueden revertir también en la pérdida de ecosistemas valiosos, lo que supone el estricto licenciamiento ambiental de los polígonos correspondientes.
El país envió un mensaje categórico al mundo al ampliar considerablemente el área protegida del Chiribiquete, en el Amazonas profundo, demostrando su interés en la salvaguarda de ese pulmón mundial. A cambio de ello, pese a las bienvenidas ayudas de Gran Bretaña, Alemania y Noruega, debería exigirse un fondo global con destinación específica para la protección del Amazonas. Sea esta la oportunidad de hacerlo en la Cumbre de la ONU que hoy se inaugura.