Símil del avestruz | El Nuevo Siglo
Domingo, 5 de Mayo de 2013

*¿Se repite la historia con Nicaragua?

*Vendrán incidentes mayores

 

Al  analizar el carácter  nacional    surgen numerosos interrogantes. ¿Hasta dónde existe un concepto de Nación, de solidaridad, de unidad nacional y destino común?  ¿Prevalece una cultura política en el país, fuera de repetir los lugares comunes de la retórica partidista del siglo XIX y la jerga electorera del siglo XX, más como reflejo de la decadencia partidista que fruto de una honda reflexión? ¿Cuán negativa es la capacidad simiesca de nuestros políticos para repetir tesis y doctrinas de otros países, desconectadas de nuestra realidad? ¿Acaso somos   una réplica de la España invertebrada que preocupaba a Don José Ortega Y Gasset, sin que nos hayamos percatado de ello? Al repasar los hechos que antecedieron a la pérdida de Panamá y la mutilación de nuestro territorio estratégicamente más importante, nos encontramos con esa aciaga tendencia de los dirigentes y la población a no asumir las responsabilidades, a esconder la cabeza en un hueco a flor de tierra como el avestruz, para escapar de la realidad y de las consecuencias que trae un zarpazo internacional  contra nuestra soberanía.

 A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, Colombia estaba sumida en  guerra doméstica, con  la que el radicalismo pretendía volver al poder y al modelo librecambista que había hecho agua en el siglo XIX, que ya era inviable por los cambios económicos mundiales. Al terminar la contienda  los banqueros Seligman de Nueva York financian los grandes poderes de Estados Unidos y fomentan el segregacionismo de Panamá, territorio que se pierde sin disparar un solo tiro. Para los expertos, historiadores e investigadores extranjeros es un misterio adivinar  qué clase de sangre corría por las venas de los colombianos de entonces, que realizaban actos de valor sorprendentes e inimaginables en las luchas fratricidas, siendo incapaces de defender la soberanía nacional frente a una usurpación foránea como la de Panamá. Algunos dicen que por cuenta de la Guerra Civil de los Mil Días, quedamos exangües, con saldo rojo en el exterior y el Banco Nacional en quiebra, reducido a las emisiones clandestinas. No había cómo financiar la defensa de Panamá. Por lo que mutilar esa parte del territorio fue como quitarle un juguete a un paralitico.  Otros más agudos sostienen que eran muy pocos los colombianos que conocían Panamá, en tiempos en los que eran raros los individuos del interior que viajaban a ese Departamento. Por tanto no sintieron, ni asumieron con dolor de Patria la mutilación de ese territorio nuestro bañado por dos martes y desde el punto de vista geopolítico de la mayor importancia en Hispanoamérica y en el globo.

Y da la impresión que lo mismo que nos ocurrió con Panamá se repite  con la pérdida del 40% del mar en la zona del Archipiélago de San Andrés, unos 75 mil kilómetros de áreas marinas y submarinas, por cuenta del fallo injusto del Tribunal de Justicia de La Haya, desgracia que los habitantes de las islas deploran con lágrimas. Es increíble, han pasado seis meses de la providencia de La Haya contra Colombia y ni siquiera se ha dado un debate en el Congreso. Los legisladores han tenido tiempo para hacer toda clase de escarceos oratorios sobre temas intrascendentes o menores, pero no  tienen tiempo para examinar ni debatir a fondo sobre ese fallo inicuo para la Patria. Pese a que aún quedan parlamentarios acuciosos y defensores de la integridad nacional. En varias oportunidades hemos demostrado cómo Nicaragua  violó, denunció el Tratado Esguerra-Bárcenas y pisoteó el Pacto de Bogotá, al desconocer las instancias interamericanas a las que ha debido concurrir antes de ir a La Haya. Semejante violación de los pactos y tratados debía haber pasado necesariamente por la OEA, dado que allí se establecía que las fronteras vigentes hasta la fecha eran inviolables. Nadie se explica la razón por la cual no se cumplió ese procedimiento obligatorio, ni cómo  la Corte Internacional de Justicia de  La Haya resolvió atender la impugnación de un Tratado  anterior a su misma fundación, cuando carecía de facultades para eso.  Colombia debe acudir cuanto antes a instancias regionales para denunciar la iniquidad que se cometió en La Haya. Con mayor razón cuando se conocen las trascendentales denuncias de Noemí Sanín y Miguel Cevallos, dadas a conocer en Semana, sobre la tramoya contra Colombia de la jueza china, que estaba impedida para actuar.

No tenemos noticias de  ningún otro Congreso en el mundo que haya caído  en esa triste atonía de meses, en torno de un tema crucial como el del fallo de La Haya. ¿Con qué cara los legisladores que han sido incapaces, con pocas y notables excepciones, de defender nuestra soberanía, ni nuestro mar en el Archipiélago de San Andrés, les pedirán mañana a sus electores que los reelijan? Y el tapen, tapen, ni la imitación del avestruz de esconder la cabeza funcionan, ya tuvimos  incidente con una nave pesquera nicaragüense en nuestro mar y vendrán otros.