*Lecciones de la pandemia a la humanidad
* Esperanzador mensaje del Papa Francisco
Si bien hay esperanza en todo el planeta respecto al inicio de la vacunación contra el covid-19, lo que podría marcar el principio del fin de la pandemia que ha infectado a más de 80 millones de personas y causado la muerte de 1,7 millones de ellas, lo cierto es que todavía es muy temprano para cantar victoria frente a la crisis más grave de este siglo a nivel global. No solo porque la inmunización ha comenzado de forma muy lenta y apenas en un puñado de países desarrollados, sino porque la segunda ola del coronavirus, en la que incluso ya se detectó una cepa más infecciosa, está causando estragos en Europa y Estados Unidos, en tanto que en otras latitudes están prendidas las alertas.
En ese orden de ideas, las previsiones en torno a que la humanidad pueda recuperar de manera pronta la llamada “normalidad” continúan siendo lejanas. La mayor prueba de ello es que en gran parte del planeta los católicos, la confesión religiosa más extendida a nivel mundial, celebran hoy una de las navidades más sui generis en muchos siglos. Quienes no están confinados de forma drástica, deben atender otro tipo de restricciones sanitarias, especialmente las referidas al distanciamiento social, ya se trate de sitios públicos o privados. Siendo esta la época en la que muchas familias tienden a reunirse de forma más recurrente y en la que se disparan las compras por la costumbre arraigada de los obsequios para demostrar sentimientos de afecto, la pandemia obliga a cambiar algunos de esos patrones de comportamiento. Es generalizado el llamado a evitar las aglomeraciones, tanto en los comercios, las calles y demás espacio público, como en los propios hogares. Y también se insiste a las familias que celebren en la intimidad de sus casas, evitando grandes reuniones.
Ello implica, entonces, que el sentido de la navidad debe apartarse lo más posible del materialismo imperante y la algarabía colectiva, para centrarse en la celebración espiritual y la unión familiar más íntima. En el cierre de un año crítico, en el que la incertidumbre, el dolor y la tragedia tocaron a muchas personas, la posibilidad de estar con los seres queridos es una bendición y un logro muy importante. El impacto de la pandemia y sus graves consecuencias en todos los órdenes han generado en muchas personas una reflexión profunda sobre lo que es verdaderamente más importante en la vida. También se han relievado valores y hechos que en medio del agitado ritmo diario que traía la humanidad habían quedado en una especie de segundo plano. Sentimientos de amor, unión, solidaridad, piedad y otros más han aflorado con mayor fuerza en medio de una emergencia inédita e imprevisible.
El propio Papa Francisco se refirió ayer, en el marco de su audiencia diaria, a lo que se espera de esta navidad. “Como los pastores, obedientes al anuncio del ángel, vayamos espiritualmente también nosotros a Belén, donde en la pobreza de una gruta, María dio a luz al Salvador del mundo. La Navidad es, hoy en día, una fiesta universal; aun los que no tienen fe perciben su encanto. Para nosotros los cristianos es el acontecimiento decisivo, que no puede ser confundido con lo que es banal y efímero. No se trata de una fiesta sentimental, consumista, llena de regalos, pero vacía de fe. Es necesario que dejemos de lado una mentalidad mundana, incapaz de entender que la verdad fundamental de nuestra fe es el misterio de Dios que se hizo hombre, en todo igual a nosotros, menos en el pecado”.
De acuerdo con el Pontífice “esta fiesta nos invita a contemplar, por una parte, el drama del mundo, en el que el hombre herido por el pecado busca misericordia y salvación, y por otra parte, la bondad de Dios que vino a su encuentro, para hacerlo participar de su bondad y de su vida. En este tiempo de sufrimiento y de incerteza a causa de la pandemia, la presencia de Dios en el niño recién nacido en Belén, indefenso, humilde y pobre, nos libra del sentido de fracaso, de impotencia y de pesimismo que llevamos dentro, y nos descubre el verdadero significado de la existencia humana y de la historia, porque Jesús se revela como luz que disipa las tinieblas y nos abre el horizonte de la alegría y de la esperanza”.
Como se ve, esta navidad significa un renovado llamado a la reflexión sobre la vulnerabilidad de la vida, a volver por los fueros de los valores más caros del cristianismo así como a la solidaridad con los que más sufren y la esperanza de un futuro mejor en un planeta al que la pandemia le recordó que todos sus habitantes, sin distingo alguno, navegan en el mismo barco.