Los países como Colombia, que fuera del Brasil no han tenido vecinos expansionistas, suelen caer en una débil noción de lo que significa estar siempre en guardia y vigilante, para impedir que las fronteras sean violadas. Naciones que han tenido conflictos fronterizos por siglos, y sufrido guerras por cuenta de invasiones armadas o desarmadas del vecino, se distinguen por su arraigado sentido nacionalista, incluso en estos tiempos en los cuales se conforman uniones de naciones. En países como el nuestro las Fuerzas Armadas por excepción efectúan juegos de guerra por un eventual conflicto con países fronterizos, se concentran más en actividades internas por la preservación del orden y en el frente cívico-militar. Pese a que estamos virtualmente cercados por naciones amigas o hermanas que, artificialmente, practican la hostilidad en el plano ideológico, con excepción de Panamá. Lo que es más grave cuando en el 70% de nuestro territorio más despoblado se encuentra incuantificable riqueza minera, signado por la violencia, ejercemos precaria soberanía. Zona en la que ya comenzó a darse una guerra minera que podría contribuir a atomizar el país.
Nuestros políticos se concentran más en asuntos electorales y parroquiales, unos pocos se ocupan en los antagonismos políticos o ideológicos con países que pretenden expandir la “revolución”. Por política exterior entienden el nombramiento de un pariente o amigo en el exterior. No se interesan por la evolución política de la región, creen que Colombia es una isla. Puesto que desde que terminó la guerra fría entre las potencias, se creyó que los partidos socialistas revolucionarios o los de corte comunista, en ocasiones más moderados, harían lo mismo que los partidos comunistas tras la Cortina de Hierro, que al derrumbarse ésta en algunos casos se autodisolvieron y conformaron otras fuerzas al asumir el respeto por la propiedad privada y modalidades de desarrollo capitalista. En Hispanoamérica no ocurrió así, puesto que existe una asimetría entre nuestra cultura política y el desarrollo, con los países europeos y de otras regiones. En algunas zonas de la periferia colombiana se vive como en los tiempos primitivos, en otras como en la época colonial y en política algunos de nuestros representantes del pueblo pertenecen mentalmente más al siglo XIX, que al siglo XXI. La subversión sigue la doctrina marxista del siglo XIX. Precisamente, en el siglo XIX, dimos la más vergonzosa prueba de pasar por un momento de obnubilación política. Santander remató los barcos que con gran esfuerzo el Libertador había comprado para defender nuestras costas en dos mares. Mallarino, aupado por el antimilitarismo que profesaba en ese tiempo de romanticismo liberal Rafael Núñez, redujo el pie de fuerza militar a menos de 1.000 soldados, las fronteras se hicieron permeables. En el gobierno del político radical, Manuel Murillo Toro, con miopía impolítica, se instauró por ley la perniciosa doctrina que establecía que las zonas de nuestro territorio que no estuviesen habitadas las podíamos regalar. Como en efecto se hizo con nuestras costas que le cedimos cándidamente a Costa Rica. En el Congreso de Colombia se proclamó que los territorios que no estuviesen habitados -res nullios- se podrían entregar a los foráneos. Y claro, de allí vino después la pretensión de Nicaragua de pedir las costas nuestras en la región que le darían la salida al Atlántico que nunca tuvieron. Ese objetivo expansionista se cumple por cuenta del Tratado Esguerra-Bárcenas, en el cual nos despojamos voluntariamente de ese territorio vital y la zona marítima. Al obtener esos terrenos, en agradecimiento, por cuenta de los mismos nos demandan al sostener que tienen derechos sobre nuestro mar y la riqueza que encierra en sus entrañas. Sin esas costas, jamás habrían podido presentar una demanda contra nuestra soberanía en el Archipiélago de San Andrés y Providencia y los cayos, ni mucho menos acudir a la Comisión de Límites de la Plataforma Continental de las Naciones Unidas. Por lo mismo, frente a la demanda de Nicaragua violatoria de todos los pactos interamericanos y del Pacto de Bogotá, como del respeto a las fronteras legítimas que proclama el derecho internacional, sostuvimos en ese momento, que ante los hechos cumplidos y la agresión jurídica, Colombia debía ir a La Haya a exigir que al desconocer las partes el Tratado Esguerra-Bárcenas, automáticamente, de acuerdo en eso ambos Estados, se nos debía devolver de inmediato esas costas. Es principio universal que en derecho las cosas se deshacen como se hacen.
Lo anterior muestra cómo el desconocimiento de la geopolítica lleva un país a la desgracia, de tener que sufrir la agresión de Nicaragua, que con cinco millones de habitantes pretende por vía de demandas y otros métodos, extender sus fronteras y engullirse en el futuro a San Andrés, que aún no llega a los cien mil habitantes, y avanzar en sus pretensiones de obtener una plataforma continental que llegaría hasta Cartagena. Esa sería una de las más aberrantes agresiones contra las minorías en la región. Con el fallo inicuo de La Haya, se pretende despojar a Colombia de 75 mil kilómetros cuadrados de mar. Fallo que Colombia, por simple instinto de supervivencia, tiene la obligación de cuestionar, puesto que la justicia debe resplandecer en todos los ámbitos del derecho y más en el derecho internacional. La debilidad interna y en lo internacional puede suscitar demandas de terceros cuando un Estado carece de la voluntad política de defender lo suyo. Ya otras naciones han rechazado fallos leoninos e inconducentes de La Haya. Como lo advirtió en su momento el ministro de Ambiente, Juan Gabriel Uribe, ese fallo compromete de manera grave la biosfera Seaflower, la cual abarca unos 350 mil kilómetros cuadrados de mar. Esa es una de las reserva naturales más importantes del mundo. El presidente Santos y la canciller María Ángela Holguín se han sumado al clamor de los ecologistas para defender Seaflower, para lo cual se presentará en nombre de Colombia un alegato en la Unesco. Es de recalcar que el ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, ha sido enfático en advertir que Colombia defenderá su soberanía y que la Armada Nacional vigila las 24 horas nuestros mares. En momentos en los cuales Nicaragua se lanza a una carrera armamentista, con la compra de misiles y lanchas rápidas, como anunció el jefe del Ejército de ese país, Julio Avilés.
Nicaragua está bajo dominio despótico de los sandinistas, posee un arsenal bélico un tanto anticuado de tiempos de la guerra fría de procedencia de la Unión Soviética y China, además de armas más modernas. Ignoramos qué contratos de armamento tiene con Corea del Norte. En un ejercicio de piratería, Nicaragua suele suministrar armas a la subversión. Países como Nicaragua tienen doble discurso, uno para hablar de apoyar la paz en Colombia, en tanto atizan el conflicto armado en nuestro suelo. Lo evidente es que al compulsar los mapas de Colombia se puede observar que la zona que Nicaragua dice que es suya, en la que pretenden conceder a multinacionales contratos de exploración y explotación de crudo es nuestra y nos corresponde en ella ejercer la soberanía.